Amelia les dijo a los chicos que deberían ya pensar en el regalo que le pedirían al Niño en Navidad. Jaimito ya había pensado qué regalo quería: un elefantito de juguete. En la revista “Billiken” había visto un elefantito de color plomo, regordete, felpudito, con ojos de vidrio, con su trompita levantada hacia arriba y con una cola chiquita enroscada. El elefantito estaba parado encima de un carrito con ruedas de llanta. La trompa estaba amarrada a una cuerda que facilitaba enormemente el recorrido por el inmenso patio. Jaimito dictó su voluntad a su mamá escuetamente: “Querido Niño: Quiero un elefantito de juguete”.
Jaimito se despertó varias veces con la intención de ver si ya estaba el elefantito en el Nacimiento. Todas las veces su hermano Ramiro lo descubría y lo obligaba a volver a la cama, diciéndole que el Niño no ponía ningún regalo si los niños no dormían. Jaimito mantuvo los ojos cerrados para hacer creer al Niño que estaba dormido, pero se durmió nomás.
Al día siguiente lo despertó Ramiro. “Ya están los regalos. Dice el papá que no nos levantemos hasta que él nos diga”. Jaimito no dominaba todavía el lenguaje más adecuado para expresar sus sentimientos, pero sus ojos estaban diciendo algo muy semejante a “¡qué crueldad!”. Vino la mamá y sin ninguna consideración les dijo: “¡Vístanse, y luego vayan a tomar el desayuno! Después recién todos juntos vamos a ver los regalos”.
Jaimito se vistió a toda velocidad y de inmediato se dirigió a la sala. Al pie del Nacimiento había muchos regalos. “¿Cuál sería su regalo?”. Se acercó tratando de calcular cuál podría ser. Él suponía que tenía que ser grande. Estaba ya pelando una caja, cuando su padre le gritó: “¡No todavía!”.
Por fin todos se juntaron en la sala: Los papás, Ramón y Angelita, la abuelita Rosenda,
Jaimito tenía en sus manos el elefantito. Jaimito estaba desconcertado, pero no hizo notar su desconcierto. Levantó la cabeza para ver a los mayores. Todos sonreían muy felices, y él también sonrió disimulando su decepción. De alguna manera intuyó que debía disimular. El elefantito no estaba parado sobre una plataforma con ruedas, sino directamente, sobre cuatro ruedas de madera. Era plano, no gordito ni felpudito, y no tenía los ojos de vidrio. Era de madera, con unos colmillos enormes y con una orejas más grandes que la del elefantito de la revista “Billiken”. El Niño no había entendido nada.
1 comentario:
muy lindo el cuento!.
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