martes, 8 de abril de 2008

Liturgia Caldea

MISA CALDEA

LITURGIA DE LA SANTA MISA SEGUN EL RITO CALDEO

PRIMERA MISA O MISA DE LOS APOSTOLES

Compuesta por los santos Addaí y Mari, apóstoles del Oriente

Introducción

Misa de los catecúmenos

Habiendo revestido los ornamentos sagrados, el sacerdote toma el cáliz ,la patena y sus accesorios, y precedido del acólito se dirige al altar en el que debe celebrar, y hace una genuflexión diciendo:

Yo me acerco al altar de Dios, del Dios que renueva mi juventud. He entrado a tu santuario y me he prosternado delante de tu trono, oh Señor misericordioso. Perdona mis pecados y mis iniquidades.

Ya en el altar, el sacerdote deposita a su izquierda, sobre el corporal, el cáliz con el purificador y el palio, y pone al lado el velo del cáliz. A su derecha deposita la patena con la hostia. Baja al pie del altar, hace una profunda inclinación, y hace sobre su frente la señal de la cruz:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Gloria a Dios en lo alto del cielo. Gloria a Dios en lo alto del cielo. Gloria a Dios en lo alto del cielo, y paz y esperanza en la tierra a los hombres en todo tiempo.

El acólito responde: [1]

Amén. Bendice, Señor, Padre Nuestro que estás en el cielo. Haz que tu nombre sea santificado, que venga tu reino. Santo, Santo. Tú eres Santo, Padre Nuestro del cielo. El cielo y la tierra están llenos de tu gloria. Los ángeles y los hombres te dicen sin cesar: Santo, Santo, tú eres Santo.

Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy el pan que necesitamos y perdona nuestros pecados y nuestras ofensas, y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno, porque te pertenecen el reino y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

El sacerdote dice:

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

El acólito responde:

Desde el comienzo y por los siglos de los siglos. Amén y Amén. Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino. Santo, Santo, tú eres Santo, oh Padre Nuestro del cielo. El cielo y la tierra están llenos de tu gloria. Los ángeles y los hombres te dicen sin cesar: Santo, Santo, tú eres Santo. Oremos. La paz esté con nosotros.

Oración antes de los salmos

Oración de los domingos y días festivos

El sacerdote dice:

Fortalece, Señor Dios Nuestro, nuestra debilidad por tu misericordia, a fin de que podamos celebrar los santos misterios que se nos han dado para la renovación y el rescate de nuestra naturaleza miserable, por la misericordia de tu Hijo bien amado, oh Señor de todas las cosas.

El coro responde:

Amén

Oración de las grandes solemnidades

El sacerdote dice:

Fortalece, Señor Dios Nuestro, a quienes creen en tu nombre según la verdad y profesan la pura doctrina, a fin de que celebren santamente los misterios sacrosantos, santificadores de sus almas y de sus cuerpos, conserven, como conviene, los espíritus limpios de toda mancha y de todo pensamiento impuro, y te bendigan sin cesar por la salvación, que en tu inmensa misericordia nos has otorgado, oh Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El coro dice:

Amén.

Terminada la oración, el celebrante entona el primer versículo de los salmos del día, que son ordinariamente tres, que dos cantores salmodian. Al final del último salmo el celebrante sube al altar y canta:

¡Aleluya, Aleluya y Aleluya!

Luego, dice:

Oremos. La paz esté con nosotros.

Los días feriados el celebrante recita la oración y los salmos: Que el nombre adorable y bendito de tu gloriosa Trinidad sea adorado, glorificado, honrado, exaltado y confesado en el cielo y en la tierra y en todo tiempo, oh Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El acólito dice:

Amén

El sacerdote dice:

Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo y quien descansará en tu montaña santa?

Antífona

El sacerdote dice:

Señor: Haz que esté ante tu altar con pureza de intención. (Salmo 14).

El sacerdote dice:

¿Quién habitará en tu tabernáculo y quien descansará en tu montaña santa?

El acólito dice:

El que camina en la inocencia y practica la justicia. El que dice la verdad en su corazón y no engaña con sus palabras.

El sacerdote dice :

El que no hace daño ni acepta sobornos.

El acólito dice:

El que se aparta del malvado y honra a los que temen al Señor.

El sacerdote dice:

El que promete algo con juramento a su hermano y no lo engaña. El que no presta dinero con usura.

El acólito dice:

El que no acepta sobornos contra el inocente. Quien se conduce así es un justo y nada podrá hacerlo caer.

Salmo 150

El sacerdote dice:

Alaben a Dios en su santuario. Alábenlo en la sede de su poder.

El acólito dice:

Alábenlo por sus grandes obras. Alábenlo por la inmensidad de su grandeza.

El sacerdote dice:

Alábenlo tocando la trompeta. Alábenlo con arpas y liras.

El acólito dice:

Alábenlo con danzas y tambores. Alábenlo con guitarras y flautas.

El sacerdote dice: Alábenlo con címbalos sonoros. Alábenlo con cánticos y aplausos.

El acólito dice:

Que todo lo que respira alabe al Señor.

Salmo 116

El sacerdote dice:

Todas las naciones alaben al Señor. Todos los pueblos aclamen al Señor.

El acólito dice:

Porque su misericordia se ha manifestado en nosotros. Verdaderamente, él es el Señor eternamente.

El sacerdote dice:

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, desde el comienzo y por todos los siglos.

Antífona

El sacerdote dice:

Señor, haz que esté delante de tu altar con pureza de intención.

El acólito dice:

Acólito Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo y descansará en tu montaña santa?

Antífona

El sacerdote dice:

Tu santuario es hermoso y glorioso, oh Dios, santificador de todas las cosas.

La paz esté con ustedes.

Oración antes de la antífona del día

Oración de los domingos y días festivos

El sacerdote dice:

Señor, delante del trono glorioso de tu grandeza, de la sede elevada y sublime de tu majestad, de la cátedra imponente de tu amor ardiente, del altar del perdón que tu inspiración ha erigido y en el lugar donde reside tu gloria, nosotros, tu pueblo y ovejas de tu rebaño, unimos nuestras voces a las de los innumerables querubines que te aclaman, y ante los miles de serafines y de arcángeles que proclaman tu santidad. Nos prosternamos para

adorarte, alabarte y glorificarte en todo tiempo, oh Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Oración de las fiestas de primera solemnidad

El sacerdote dice:

Delante del tribunal temible de tu grandeza, del trono sublime de tu divinidad, de la sede venerable de tu majestad y del trono glorioso de tu poder, donde los querubines cantan tus alabanzas sin cesar, y los serafines proclaman sin descanso tu santidad, nosotros nos prosternamos con temor y te adoramos con temblor. Te alabamos, te bendecimos continuamente en todo tiempo, oh Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Oración de las conmemoraciones

El sacerdote dice:

En todo debemos alabar, adorar y glorificar el nombre grande y temible, santo y bendito, bienaventurado e incomprensible de tu gloriosa Trinidad y tu bondad para con el género humano. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El acólito dice:

Amén.

Después del canto de la antifona uno de los cantores dice:

La paz esté con ustedes.

Oración del canto

Laju, Mara (A ti, Señor). (()) (Página 8).

Oración de los domingos y fiestas

El sacerdote dice:

Señor, Dios nuestro, mientras nos llega el agradable perfume de tu amor lleno de dulzura; mientras nuestras almas están iluminadas por la ciencia de tu verdad, concédenos la gracia de ser en el cielo los testigos del triunfo de tu Hijo bien amado, para que allí, en la Iglesia triunfante, llena de favores y de delicias, Señor y Creador de todas las cosas, te alabemos y te glorifiquemos sin cesar.

Oración de las conmemoraciones y ferias

El sacerdote dice:

En respuesta por los beneficios y favores inestimables que nos has concedido, Señor y Creador de todas las cosas, te damos gracias y te bendecimos sin cesar en tu Iglesia rebosante de esplendor, de consuelo y de gracias.

Se recorre el gran velo del santuario. El coro canta alternativamente:

Amén. A ti, oh Señor de todas las cosas, se dirigen nuestras alabanzas. A ti, Jesucristo, se dirigen nuestras bendiciones, porque eres el vivificador de nuestros cuerpos y el salvador de nuestras almas.

Ferias

El sacerdote dice:

Yo he lavado mis manos entre los inocentes y me he acercado a tu altar, Señor. A ti, oh Señor de todas las cosas, y a ti, Jesucristo, se dirigen nuestras bendiciones porque eres el vivificador de nuestros cuerpos y el salvador de nuestras almas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, desde el comienzo y por todos los siglos. A ti, oh Señor de todas las cosas, se dirigen nuestras bendiciones, porque eres el vivificador de nuestros cuerpos y el salvador de nuestras almas.

Acólito Oremos. Que la paz esté con nosotros.

Mientras que el coro canta “Laju Mara” (A ti, Señor), el celebrante toma la hostia entre sus manos y recita en voz baja:

Sacerdote Oh Dios, que aceptaste con agrado el sacrificio de Abel en la llanura, de Noé en el arca, de Abraham en la montaña, de David en la era de Arán el jebuseo, de Elías en el monte Carmelo y el óbolo de la viuda en el templo, acepta también estas ofrendas que te presentan mis manos débiles y sucias por el pecado, y haz que sean recibidas en favor de los vivos y de los muertos, por los cuales se ofrece, y bendice sus hogares. Amén.

El celebrante deposita la hostia en la patena. Toma el cáliz y se dirige a la esquina del altar, en el que le serán presentados el vino y el agua. Echa el vino en el cáliz, haciendo la cruz y diciendo en voz baja:

Echo en este cáliz, cáliz de salvación, este vino que representa la sangre derramada del costado del Hijo Bien Amado, Nuestro Señor Jesucristo. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Al echar en el cáliz un poco de agua, dice:

Mezclo en este cáliz, cáliz de salvación, esta agua que representa el agua derramada del costado del Hijo Bien Amado, Nuestro Señor Jesucristo. En el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo.

Nuevamente echa vino el cáliz, diciendo:

Que el agua se mezcle con el vino y el vino con el agua, de modo que sean una sola unidad. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Un ministro presenta el incensario al sacerdote, el cual pone en él algunos granos de incienso, diciendo:

Que sea bendecido este incienso, presentado en tu honor, en el nombre de tu gloriosa Trinidad. Que sea bien recibido por ti y que obtenga el perdón de los pecados de las ovejas de tu rebaño. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El ministro inciensa al altar y al celebrante, el cual dice:

Que Cristo te haga feliz en su reino, y que en su bondad y misericordia acepte tu ministerio. Amén.

El celebrante se dirige a la puerta del santuario, y desde allí inciensa al pueblo, diciendo:

Verdaderamente, Señor, tú eres el vivificador de nuestros cuerpos, el buen salvador de nuestras almas y el guardián fiel de nuestras vidas. Por eso, es nuestro deber alabarte, adorarte y bendecirte en todo tiempo, oh Señor de todas las cosas.

El acólito responde:

Amén. Fieles todos, levanten la voz y alaben al Dios viviente.

Canta el coro en forma alternada:

-Dios santo, Dios fuerte, Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros.

-Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Dios santo, Dios fuerte, Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros. Desde el comienzo hasta el fin de los siglos. Dios Santo, Dios fuerte, Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros.

El acólito dice:

Oremos. La paz esté con nosotros.

En las misas solemnes, el sacerdote dice la siguiente oración antes de la lectura de los libros de los profetas.

Oh, Santo y Glorioso, Fuerte e Inmortal, que habitas entre los santos, y te complaces en estar en su compañía, ten piedad de nosotros y perdona nuestros pecados según tus promesas en todo tiempo, oh Señor de todas las cosas. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El acólito dice:

Amén.

El primer lector, llevando el libro de los profetas sube al altar, besa la mano del celebrante y se dirige hacia la puerta del santuario, al lado de la epístola, y de cara al pueblo dice:

Siéntense y estén atentos a la lectura del libro del profeta N.

Se da la vuelta, e inclinándose ante el celebrante, pide su bendición:

Bendíceme, señor.

El celebrante le da la bendición haciendo sobre él una gran señal de la cruz y diciendo:

Bendito sea Dios, el soberano Maestro de todas las cosas, que nos ha instruido con sus santas enseñanzas. Que su misericordia descienda siempre sobre el lector y sobre aquellos que lo escuchan.

El celebrante se sienta en su sede y el lector empieza a entonar el canto de las profecías. Terminada la lectura entrega el libro de los profetas al segundo lector y se sienta en su sitio. El segundo lector, llevando el libro de los profetas sube al altar, besa la mano del celebrante y se dirige hacia la puerta del santuario, al lado de la epístola, y de cara al pueblo dice:

Estén atentos a la lectura del profeta N.

El segundo lector se acerca al celebrante, e inclinándose ante el pide su bendición:

Bendíceme, señor.

El celebrante le da la bendición haciendo sobre él una gran señal de la cruz y diciendo:

Sacerdote Bendito sea Dios, el soberano Maestro de todas las cosas, que nos ha instruido con sus santas enseñanzas. Que su misericordia descienda siempre sobre el lector y sobre aquellos que lo escuchan.

Después de la segunda lectura un cantor dice:

Cantor Levántense para orar.

El cantor recita el primer versículo de una antífona de dos versículos de un salmo y el gloria. El celebrante y el coro responden recitando el segundo versículo, añadiendo:

Celebrante y coro Celebremos con los cantos espirituales la Natividad de Nuestro Señor (o: el Bautismo de Nuestro Señor, o la Solemnidad de la Madre de Dios, o la Fiesta del apóstol N., o del mártir N., etc.). Aleluya, Aleluya y Aleluya.

Terminada la recitación de la antífona, el celebrante vuelve al altar y canta:

Sacerdote Aleluya, Aleluya y Aleluya.

Acólito La paz esté con ustedes.

Oración antes de la epístola. Oración de domingos y días festivos.

Aclara, Señor Dios Nuestro, las tinieblas de nuestro entendimiento, a fin de que estemos penetrados de la dulce voz de tus mandamientos vivificantes y divinos. Concédenos en tu bondad y tus misericordias recoger los frutos de amor y esperanza y la salud bienhechora del alma y del cuerpo, y celebrar con fidelidad y constancia tu gloria en todo tiempo, oh soberano señor de todos, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Oración de las conmemoraciones y ferias

Te suplicamos oh sabio dispensador y admirable administrador de tus familiares, tesoro inagotable de donde provienen todo socorro y todo bien, que te dignes mirarnos con clemencia, perdonarnos y tener piedad de nosotros según tus promesas, en todo tiempo, oh Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El subdiácono (o el acólito) se acerca con el libro de las epístolas, besa el altar y la mano del sacerdote, y dice:

Amén.

Luego se acerca a la puerta del santuario del lado del evangelio, y vuelto hacia el pueblo comienza el canto de la epístola, diciendo:

Epístola del apóstol san Pablo a los (...). Hermanos, estén atentos.

Inclinándose ante el celebrante, dice:

Bendíceme, señor.

El celebrante, vuelto a él lo bendice con la señal de la cruz, diciendo:

Que Cristo te instruya con su santa enseñanza y te haga perfecto modelo de todos los que te escuchen.

Durante el canto de la epístola, el celebrante se dirige a la esquina del altar en el que se coloca el libro de los Santos Evangelios, recitando en voz baja las siguientes oraciones:

Sacerdote Te bendecimos, te adoramos y te alabamos en todo tiempo,oh Señor, que eres la luz resplandeciente de la gloria del Padre, y la imagen de la persona que te ha engendrado. Tú eres quien se ha manifestado bajo la forma de nuestro cuerpo humano, y has iluminado la noche de nuestro entendimiento con la luz de tu Evangelio, oh Señor de todas las cosas. Amén.

Gloria a las misericordia infinitas que te ha enviado a nosotros, oh Cristo, luz del mundo y de todos los vivientes. Amén.

Enséñanos, Señor, tu ley. Ilumina nuestra oscuridad con tu ciencia y santifica nuestras almas con tu verdad. Haz que estemos atentos a tus palabras y que observemos fielmente en todo tiempo tus mandamientos, oh Señor de todas las cosas. Amén.

Se acerca el turiferario al sacerdote, quien pone un poco de incienso en el incensario, diciendo:

Que el delicioso perfume de nardo oloroso, Señor, que derramó en tu cabeza María la pecadora, se mezcle con este incienso que te presentamos en tu honor y en remisión de nuestros pecados, oh Señor de todas las cosas. Amén.

Después de cantar el canto de la epístola, el subdiácono entona: Aleluya. Aleluya.

Luego se cantan algunos versículos cortos de un salmo apropiado, y el diácono dice:

Aleluya. Aleluya.

En las misas solemnes el coro canta:

Que las oraciones de Mateo, Marcos, Lucas y Juan defiendan nuestras almas. Levantémonos para escuchar el Santo Evangelio.

Aleluya. Aleluya. Aleluya.

Un cantor canta:

Escuchen con atención y recogimiento.

En las misas rezadas, después de la lectura de la epístola el acólito dice:

Aleluya. Aleluya. Escuchen con atención y recogimiento.

Mientras tanto, el celebrante, teniendo elevado el libro de los Santos Evangelios, baja las gradas del altar, acompañado de dos ceroferarios, y se detiene delante de las puertas del santuario. Antes de dejar el libro en el ambón, teniendo el libro en alto, con él da la bendición en forma de cruz, cantando:

La paz esté con ustedes.

El acólito responde:

Contigo y con tu espíritu.

Dice el sacerdote:

Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san (N.).

El acólito responde:

Gloria a Cristo, nuestro Señor.

Siempre se cantan las lecturas en la lengua común del pueblo: árabe, dialecto caldeo, e incluso en turco como en Diaberkir y Kerkurk). El celebrante termina el canto del Evangelio diciendo:

Gloria a Dios, siempre.

El acólito responde:

Gloria a Cristo Nuestro Señor. Elevemos nuestros corazones y encomendémonos los unos a los otros al Padre, al Hijo al Espíritu Santo.

En el medio del santuario, con los brazos extendidos el celebrante canta:

Te pedimos y te suplicamos, Señor, Dios poderoso, que llenes nuestros corazones con tu gracia y nuestras manos con tus dones. Te pedimos que tu misericordia y tu divina clemencia obtengan a tu pueblo y a todas las ovejas de tu rebaño, que tú mismo has escogido, el perdón de sus pecados en tu bondad y misericordia, oh Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El acólito responde:

Amén. Bendícenos, Señor.

Y dirigiéndose al pueblo dice:

Inclinen sus cabezas para recibir la imposición de las manos y la bendición.

El celebrante, profundamente inclinado, dice en voz baja una de las siguientes oraciones.

Los domingos y días festivos:

Señor Dios Todopoderoso. Señor Dios Todopoderoso. Tuya es la Santa Iglesia Católica, que gracias a la gran pasión de tu Ungido ha adquirido las ovejas de tu rebaño. Por la gracia del Espíritu Santo, que es de la naturaleza de tu gloriosa divinidad, se reciben los grados del verdadero sacerdocio. En tu misericordia te has dignado, Señor, concedernos a nosotros, viles y miserables por naturaleza, la gracia de ser miembros distinguidos del gran cuerpo de tu Iglesia Católica, para dispensar a las almas creyentes los bienes espirituales. Que tu gracia llegue a nosotros, y colme nuestras manos con tus dones, y que tu misericordia y tu divina clemencia desciendan sobre nosotros y sobre este pueblo que tú te has escogido.

Los días de conmemoraciones y fiestas dice el sacerdote:

Señor Dios, te pedimos que tu derecha misericordiosa permanezca en la Iglesia Apostólica y Católica, que se extiende de un punto al otro del universo. Presérvala de todo mal latente o aparente y haz en tu bondad que seamos dignos de llevar a cabo nuestro servicio con pureza, inocencia, atención y santidad.

El sacerdote regresa al altar y con los brazos extendidos canta:

Concédenos a todos nosotros, Señor, en tu clemencia, el don de agradar a tu divinidad todos los días de nuestra vida mediante las buenas obras de justicia que satisfagan a tu santa voluntad, y de merecer, con la ayuda de tu gracia, de hacerte llegar alabanza, honor, acción de gracias y adoración en todo tiempo, oh Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El acólito responde:

Amén.

El acólito y el sacerdote dicen alternativamente:

Sacerdote.- Salgan los que todavía no han recibido el bautismo.

Acólito.- Salgan los que todavía no han recibido el signo de vida.

Sacerdote.- Salgan los que todavía no han recibido el bautismo.

Acólito.- Después de que salga el último catecúmeno, cierren las puertas.

Lavabo y ofertorio

El acólito lleva al altar una jarra de agua, un bañador y una toalla. El sacerdote se lava las manos diciendo en voz baja:

Que Dios, Señor de todas las cosas, lave nuestros pecados con el hisopo de su misericordia y borre nuestras iniquidades en el océano de su clemencia. Amén.

El coro canta una antífona llamada antífona de las ofrendas, que varía según el oficio del día. En las mesas rezadas se dice esta oración.

Yo he puesto en el Señor toda mi esperanza. El cuerpo y la sangre venerables estarán pronto en el santo altar, Acerquémonos todos con temor y amor, y juntamente con los ángeles digamos: Santo, Santo es el Señor Dios.

Que los pobres se alimenten y queden saciados.

El cuerpo y la sangre venerables estarán pronto en el santo altar,

Acerquémonos todos con temor y amor, y juntamente con los ángeles digamos: Santo, Santo es el Señor Dios.

Un cantor dice:

Oremos. La paz esté con nosotros.

El celebrante levanta en alto el cáliz con la mano derecha y la patena con la mano izquierda. Cruza los brazos y eleva el cáliz y la patena, diciendo en voz baja:

Damos gracias a tu augusta Trinidad en todo tiempo. Te pedimos que Cristo, que se ha inmolado por nuestra salvación y nos ha ordenado que recordemos su muerte y su resurrección, acepte por su misericordia de nuestras manos esta oblación. Amén.

El celebrante golpea suavemente el cáliz tres veces con la patena y dice:

Señor, Dios nuestro, en obediencia a tus mandatos (tres veces) damos inicio a estos misterios gloriosos y sacrosantos, vivificantes y divinos, depositando sobre el altar del perdón esta patena y este cáliz, en espera de la segunda venida de Nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

El celebrante hace la señal de la cruz con la patena y el cáliz, y coloca la patena a su derecha y el cáliz a su izquierda. Mientras los cubre con un velo canta las oraciones en conmemoración de la Santísima Virgen y de los santos:

Sacerdote.- Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En este santo altar recordemos a la Virgen María, Madre de Dios.

Acólito.- Desde el principio y por los siglos de los siglos. Apóstoles bien amados del Hijo único, rueguen a Dios para que la paz reine en el universo,

Sacerdote.- Pueblo de Dios, digamos todos: “Amén y Amén”. Santo patrono nuestro, te recordamos en el santo altar juntamente con los justos triunfantes y los mártires coronados.

Acólito.- Esperando en ti reposan todos los difuntos. Ellos esperan que por tu gloriosa resurrección los resucites en la gloria.

Credo y beso de paz

El celebrante regresa al centro del santuario, hace una genuflexión y dice en voz baja:

Sacerdote.- Estando ya purificados nuestros corazones de todo mal pensamiento, te pedimos, Señor, que nos hagas dignos de entrar al Santo de los Santos, alto y sublime. Ayúdanos a estar delante del altar santo en actitud de pureza, inocencia, recogimiento y santidad, a fin de que podamos ofrecerte en espíritu de fe verdadera estas oblaciones espirituales y místicas. Dios de bondad, que no estás continuamente irritado, aparta tu rostro de mis pecados y olvida todas mis iniquidades por la sobreabundancia de tu misericordia, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Dice después en voz alta

Creo.

Y dice en voz baja::

Nuestro Señor Jesucristo esté con todos nosotros por su gracia y su misericordia. Amén.

Luego recita en voz baja el credo. Mientras tanto, un cantor, situado en la puerta del santuario cara a los fieles, canta el credo con todos los fieles en la lengua común del pueblo, en voz no muy alta. En las misas solemnes dos cantores, situados uno a la derecha y otro a la izquierda del santuario, cantan el credo en forma alternada. El celebrante, después de haber rezado el credo, recita en voz baja esta oración:

Sacerdote.-

Dios, soberano maestro de todos, esté con nosotros por su gracia y su bondad. Amén.

El celebrante regresa al altar. Tres veces se detiene y se inclina profundamente, mientras dice en voz baja:

Gloria a ti, que sales al encuentro de los extraviados. Gloria a ti, que reúnes a los dispersos. Gloria a ti, que haces que se te acerquen los que se han apartado de ti. Gloria a ti, que conduces a los que están equivocados al conocimiento de la verdad. Gloria a ti, Señor, que a pesar de mi miseria me has llamado en tu bondad y me has acercado a ti para hacer de mí un miembro distinguido en el gran cuerpo de tu Iglesia, para ofrecerte este sacrificio vivificante, sacrosanto y agradable, que es el memorial de la pasión, muerte, sepultura y resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, en quien tú pusiste todas tus complacencias, y por quien has decretado que fueran borrados los pecados de todos los hombres.

Una vez en el altar, el celebrante hace una genuflexión y besa el altar en el medio, a la derecha y a la izquierda, mientras dice:

Bendíceme, Señor. Hermanos míos, rueguen por mí para que este sacrificio se lleve a cabo por mis manos. Señor y Dios nuestro, Señor y Dios nuestro, Señor y Dios nuestro, no tengas en cuenta nuestros muchos pecados, y no apartes tu rostro de nuestras iniquidades. Por tu bondad inefable recibe de nuestras manos este sacrificio y borra nuestras innumerables faltas, a fin de que cuando llegue tu Hijo bien amado en la consumación de los tiempos, participando de nuestra humanidad, encontremos ante sus ojos gracia y misericordia, y nos hagamos dignos de cantar tus alabanzas con los coros celestiales.

El sacerdote hace una genuflexión, se levanta, besa el altar y, profundamente inclinado, juntando las manos dice:

Bendice, Señor. Bendice, Señor. Bendice, Señor. Hermanos, rueguen por mí. Bendecimos, Señor, la riqueza inextinguible de tu bondad para con nosotros. Bendecimos, Señor, la riqueza inextinguible de tu bondad para con nosotros. A pesar de que somos pecadores, podemos por la inmensidad de tu misericordia, celebrar estos santos misterios del cuerpo y de la sangre de tu Ungido. Imploramos tu misericordia para que fortalezcas nuestras almas y para que, con amor perfecto y verdadera fe celebremos los dones que de ti hemos recibido.

Después de rezar el credo, mientras el celebrante ora en voz baja, el coro entona el siguiente cántico en memoria de los vivos y de los muertos:

Pidamos que la paz esté con nosotros. Oren recordando a nuestros padres, a los santos patriarcas, a los obispos, a los sacerdotes, a los seminaristas, a los jóvenes y a todos los que se han dormido y se han ido de este mundo en la verdadera fe. Oren recordando a nuestros padres y hermanos, a nuestros hijos e hijas y a todos los gobernantes cristianos que aman a Cristo. Oren recordando a los profetas y a los apóstoles, a los mártires y a los confesores de nuestro tiempo y de todos los tiempos. Oren para que Dios los corone el día de la resurrección de entre los muertos, y nos de, juntamente con ellos, la esperanza, la recompensa y la herencia de los vivos en el reino de los cielos.

Bendice, Señor. Te pedimos que este sacrificio sea aceptado favorablemente, que sea santificado por el Verbo de Dios y por el Espíritu Santo, y que nos conceda el consuelo, la salvación y la vida eterna en el reino de los cielos. Te lo pedimos por la gracia de Cristo”.

El celebrante hace una genuflexión, se levanta, besa el altar y canta en voz alta:

Sacerdote.- Señor, deseamos celebrar tus dones con amor perfecto y verdadera fe.

Acólito.- Amén. Bendícenos, Señor.

Sacerdote.- Reciba el Señor gloria, honor, acción de gracias y adoración, ahora y en todo tiempo y por los siglos de los siglos.

El celebrante se hace la señal de la cruz.

Acólito.- Amén.

El celebrante, cara al pueblo, lo bendice con la señal de la cruz y dice:

La paz esté con ustedes.

Un diácono (o subdiácono) dice:

Dense mutuamente la paz en el amor de Cristo.

El diácono (o subdiácono), besa el altar, y con las manos juntas se acerca al celebrante y besa su mano. Se acerca a los demás ministros del altar y a los cantores, y les da la paz. Estos a su vez la pasan a los fieles, los cuales se dan mutuamente la paz. El que recibe la paz pone las manos sobre las del que la da, y juntando las manos las lleva a la boca y a la frente. Mientras todos se dan el abrazo de paz, el coro canta:

Que este sacrificio, Señor, te sea aceptable en favor de todos los patriarcas, obispos, sacerdotes y clérigos, en favor de los que se han dormido como miembros de la Iglesia, en favor de los vivos y por la pacificación del mundo, por el ciclo litúrgico anual, para que sea bendito y se acabe en tu gracia, por todos los hijos de la Iglesia que se disponen a recibir este sacramento, y por todos tus servidores y servidoras aquí presentes. Amén.

Alabando al Señor, supliquémosle e implorémosle con pureza de intención y con arrepentimiento por nuestros pecados. Dispongan sus corazones para recibir con devoción el don sagrado. El sacerdote, presente entre nosotros, pide a Dios para que por su mediación la paz llene sus corazones. Bajen la vista y eleven sus corazones al cielo, con recogimiento y atención. Rueguen y supliquen a Dios en silencio, en el interior de sus corazones. Pidan con calma y con respeto. La paz esté con nosotros.

Mientras tanto, el celebrante dice en voz baja:

Señor, Dios Todopoderoso, Señor Dios Todopoderoso, ven en ayuda de mi debilidad. Con la ayuda de tu gracia hazme digno de ofrecerte este sacrificio vivificante por el bien de toda la asamblea y la gloria de tu augusta Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El celebrante descubre las ofrendas y deposita delante de él el velo, doblado, con las cuatro esquinas plegadas, que representa el sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, mientras dice:

Te pedimos que así como tú, por tu bondad, nos has hecho dignos de recibir tu cuerpo y tu sangre, nos hagas también dignos de presentarnos delante de ti el día del juicio con limpieza de mente. Amén.

El acólito se acerca con el incensario al celebrante, el cual lo bendice diciendo:

En nombre de tu Augusta Trinidad bendecimos este incienso en tu honor y por la remisión de nuestros pecados. Amén. Oh, Cristo, que aceptaste la sangre de los mártires en el día de su inmolación, por tu bondad y tu misericordia acepta este incienso de mis pobres manos. Amén.

El celebrante recibe el incensario de manos del acólito, e inciensa las ofrendas y el altar diciendo:

Recibe con agrado, Señor, nuestro Dios, este perfume agradable que te ofrecemos delante de tu santo altar, en tu templo glorioso.

Devuelve el incensario al acólito, mientras dice en voz baja:

Dios te dé fuerzas para cumplir fielmente su voluntad.

Dice en voz alta:

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la compañía del Espíritu Santo estén con todos nosotros, ahora, en todo tiempo y por los siglos de los siglos. Amén. Hace la señal de la cruz sobre las ofrendas.

Acólito.- Amén.

Sacerdote.- Elevemos nuestros espíritus al cielo.

Acólito.- Hacia ti, rey de la gloria, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

Sacerdote.- Estamos ofreciendo un sacrificio a Dios, Señor de todas las cosas.

Acólito.- Este sacrificio es digno y justo.

El celebrante se arrodilla y dice en voz baja:

Señor, Señor, purifica nuestra mente en tu presencia, a fin de que con confianza cumplamos este ministerio vivificante y santo, con la conciencia limpia de todo mal y de la tristeza. Derrama en nosotros el amor, la paz, y la caridad entre todos nosotros.

El celebrante se pone de pie, besa el altar, y con las manos en alto recita en voz baja el prefacio:

A ti, que por tu misericordia creaste el mundo y todo lo que en él se encuentra, y colmaste de inmensos beneficios a todos los mortales, te hacemos llegar nuestro deseo de que el nombre adorable y bendito de tu augusta Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sea alabado por todas las bocas y proclamado por todas las lenguas, adorado y exaltado por todas las criaturas. Delante de tu grandeza, Señor, se prosternan y te adoran milies y miles de seres celestiales, y millones y millones de ángeles santos. Los cortesanos incorpóreos, de fuego y de espíritu, bendicen tu nombre. Todos, en adoración, se inclinan ante tu poder, juntamente con los santos querubines y serafines espirituales.

El celebrante se levanta, besa el altar y canta:

Sacerdote.- Todos, en adoración, se inclinan ante ti poder, juntamente con los santos querubines y serafines espirituales.

Acólito.- Amén. Bendícenos, Señor.

Sacerdote.- Todos, unánimemente, proclaman y glorifican al Señor, diciendo sin cesar:

Todos.- Santo. Santo. Santo es el Señor Dios Todopoderoso. El cielo y la tierra están llenos de su gloria. Hosanna en lo alto del cielo. Hosanna al hijo de David. Sea bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en lo alto del cielo.

El celebrante se inclina profundamente tres veces, al centro, a la izquierda y a la derecha, besando cada vez el altar. Después hace una genuflexión y besa nuevamente el altar. Mientras lleva a cabo este rito, dice en voz baja esta oración:

Sacerdote.- Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios Todopoderoso. El cielo y la tierra están llenos de su gloria, de su ser y de su brillante majestad. Dice el Señor: “El cielo y la tierra están llenos de mí”. Eres Santo, oh Dios, padre verdadero, de quien proviene toda paternidad en el cielo y en la tierra. Santo eres, Hijo Eterno, porque todo está en tus manos. Santo eres, Espíritu Santo, por quien todo queda santificado. Estoy temblando Estoy muy asustado, porque siendo un hombre de labios impuros, y viviendo en un mundo de boca sucia, mis ojos han visto al rey, al Señor Todopoderoso. Es terrible este lugar, en el que cara a cara he contemplado hoy al Señor. La casa del Señor y la puerta del cielo sólo pueden estar aquí. Y ahora, Señor, que tu gracia esté con nosotros. Y ahora, Señor, que tu gracia esté con nosotros. Lávanos, santifica nuestros labios, y une nuestras pobres voces a las alabanzas de los serafines y a los coros de los ángeles. Alabamos tu misericordia, porque te has dignado aceptar a los seres terrenales junto a los seres espirituales. Bendícenos, Señor. Bendícenos, Señor. Hermanos, rueguen a Dios por mí..Hermanos, rueguen a Dios por mí.

El celebrante hace una genuflexión, besa el altar, y profundamente inclinado, y con las manos en alto, dice:

Te alabamos, Señor, con los poderes celestiales. Te alabamos, Señor, con los poderes celestiales, y bendecimos al Verbo, tu Hijo eterno, el cual, siendo igual a ti, siendo tu luz esplendorosa y la expresión de tu divinidad, se abajó y tomó la forma de esclavo. Se hizo hombre perfecto, con alma razonable, capaz de conocer, e inmortal. Recibió de una mujer un cuerpo humano mortal y se sometió a la ley, y nos transmitió, como memorial de nuestra salvación, este misterio que te presentamos.

Consagración

El celebrante dice en voz alta:

Al acercarse el tiempo en el que él debía sufrir y morir, en la noche en la que fue entregado a sus enemigos, tomó pan en sus manos santas, y levantando los ojos al cielo, hacia ti, Oh Dios, Padre suyo Todopoderoso, dándote gracias lo bendijo y lo dio a sus discípulos diciendo:

Reciban y coman este pan todos ustedes. Este es mi cuerpo, que será partido a favor de ustedes en remisión de los pecados.

El acólito responde:

Amén.

El celebrante hace una genuflexión y dice:

Igualmente, después de la cena tomó en sus manos santas la copa pura, y dándote gracias la bendijo y la dio a sus discípulos diciendo:

Reciban esta copa y beban de ella todos ustedes. Este vino es mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza, misterio de fe, que les será dada a ustedes y a otros muchos, en remisión de los pecados.

El acólito responde:

Amén.

El sacerdote hace una genuflexión y dice:

Siempre que ustedes hagan esto, lo harán en memoria mía.

El acólito responde:

Amén.

El sacerdote hace nuevamente una genuflexión y dice en voz baja:

En cumplimiento de la orden que nos diste, Señor Dios, hoy nos hemos reunido aquí nosotros, tus servidores pobres, débiles y pecadores. Tú nos has concedido la más insigne e inestimable de las gracias, al revestirte de nuestra humanidad y al unirla a tu divinidad. Tú elevaste nuestra bajeza al levantarnos de nuestra postración. Tú diste la vida a nuestra mortalidad, perdonando nuestros pecados, fortificando nuestra naturaleza culpable e iluminando nuestro entendimiento. Nos liberaste de nuestros enemigos y ennobleciste la bajeza de nuestra pobre naturaleza, por medio de las inmensas misericordias de tu bondad.

El sacerdote hace nuevamente una genuflexión y canta:

Tú ennobleciste la bajeza de nuestra naturaleza, por medio de las inmensas misericordias de tu bondad.

El diácono responde:

Amén. Bendícenos, Señor.

Dice el sacerdote:

Correspondiendo a tus dones y a tu bondad, te glorificamos, te honramos, te damos gracias y te adoramos, ahora y en todo tiempo por los siglos de los siglos.

Luego hace la señal de la cruz sobre el pan y vino consagrados

El diácono dice:

Amén.

Un acólito inciensa el altar, a los cantores y a los fieles diciendo:

Alaben al Señor en sus corazones, y que la paz esté con nosotros.

El diácono dice:

Levanten la mirada al cielo y contemplen a Dios en sus corazones. Mediten las palabras que ahora están en sus mentes, pensando en los serafines que están an actitud respetuosa delante del glorioso trono de Cristo, y que unánimemente proclaman en voz alta y sin descanso las alabanzas del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, presentes en este altar. Juntamente con ellos, esta asamblea y el sacerdote, pedimos y suplicamos al Señor que nos conceda su misericordia.

Mientras tanto el celebrante dice esta oración en voz baja:

Señor, Dios Todopoderoso, acepta este sacrificio que te ofrecemos en acción de gracias por los beneficios que has otorgado a la Bienaventurada siempre Virgen María, a los patriarcas de corazón recto, a quienes viste con agrado, a los profetas, a los apóstoles, a los mártires y a los confesores. Acepta también este sacrificio en favor de toda la Santa Iglesia Católica y en favor de nuestros santos padres: el papa de Roma, nuestro patriarca y nuestro obispo. Te ofrecemos también este sacrificio por todos nuestros hermanos que sufren, por los pobres, por los enfermos, por todos nuestros difuntos, por este pueblo que pide y espera tu misericordia, y por mí, pecador y débil. Sí, Señor Dios, concede lo que te pedimos por tu misericordia y gran bondad para con tu pueblo y para conmigo. No me trates de acuerdo a mis pecados y mis iniquidades. Haz, más bien que ellos y yo recibamos el perdón de nuestras faltas y la remisiónde nuestras ofensas, en virtud de este Cuerpo Sacrosanto, que con fe verdadera nos disponemos a recibir por tu bondad. Amén.

Adoro, Señor, tu bondad, y doy gracias a tu misericordia, porque aunque soy indigno y pecador, hiciste que me acercara a ti, en tu compasión, y me constituiste ministro y dispensador de estos misterios gloriosos y sacrosantos. Te suplico y te imploro, Señor, que estos misterios hagan llegar al mundo la paz y la seguridad, a tu santa Iglesia la conservación, a la verdadera fe la difusión, a los justos la glorificación, a los pecadores el perdón, a los penitentes la paz, a los emigrantes el retorno, a las familias la estabilidad, a los alejados el acercamiento, a los tristes la alegría, a los afligios el consuelo, a los deprimidos la fortaleza, a los enfermos la salud, a los pobres la subsistencia, a los difuntos la vida eterna.

Sí, Señor, Dios Todopoderoso. Sí, Señor, Dios Todopoderoso, te pedimos que aceptes en el cielo este sacrificio, de las manos pecadoras de este tu servidor, como aceptaste el sacrificio de Abel en la llanura, de Noé en el Arca, de Abraham y de Elías en las montañas, de la viuda en el templo, de los apóstoles en el cénaculo y de los padres justos que en todos los tiempos te presentaron sus ofrendas.

Sí, Señor Dios, te pedimos que aceptes este sacrificio por toda la Santa Iglesia Católica, a fin de que se mantenga y se conserve firmemente, por los sacerdotes, los gobernantes, a fin de que vivan en la paz de la Iglesias y en la tranquilidad de los países, por los pobres, por los necesitados, por los que sufren, por los tristes y afligidos, y por todos los que se encuentran ahora delante de tu santo altar, y te presentan sus súplicas por medio de mis manos impuras. Escucha sus peticiones y perdona sus pecados e iniquidades. Bendice también, en virtud de este sacrificio esta ciudad y sus habitantes. Rodéala de una inexpugnable muralla, y aleja de ella en tu bondad el granizo y la hambruna, la mortandad, las langostas todos los insectos dañinos. Protégenos también de los asaltantes, y concédenos que el enemigo no se alegre al vernos sufrir.

El celebrante se inclina profundamente, y con las manos extendidas dice:

Señor, por tu inefable misericordia. Señor, por tu inefable misericordia, en este memorial del Cuerpo y de la Sangre de Cristo que te ofrecemos en este momento delante de tu altar puro y santo, en conformidad a las enseñanzas que hemos recibido de ti, ayúdanos a recordar a los padres justos que te agradaron, y haz llegar a nuestros corazones tu paz y tu serenidad todos los días de nuestra vida.

Sí, Señor Dios, haz llegar a nuestros corazones tu paz y tu serenidad todos los días de nuestra vida. Sí, Señor Dios, haz llegar a nuestros corazones tu paz y tu serenidad todos los días de nuestra vida, a fin de que todos los hombres reconozcan que tú eres el único Dios verdadero, y sepan que tú enviaste al mundo a Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo bien amado. Que sepan, Señor Dios, que tu Hijo nos enseñó por medio de su predicación vivificante, toda la pureza y la santidad de los profetas y de los apóstoles, de los mártires y de los confesores, de los obispos y de los doctores, de los sacerdotes y de los diáconos, y de todos los hijos de la Santa Iglesia Católica que han recibido el sello vivificante del santo bautismo.

El celebrante hace la señal de la cruz sobre el cáliz y la patena.

También a nosotros, Señor, tus servidores, pecadores y débiles, reunidos en tu nombre y en tu presencia en este momento, nos ha llegado por medio de la tradición el conocimiento de lo que hizo tu Hijo en la última cena. Llenos de alegría, en actitud de alabanza y agradecimiento, celebramos estos misterios sublimes, dignos de todo respeto, santos, vivificantes y divinos, que son el memorial de la pasión, muerte, sepultura y resurrección de Nuestro Señor y Redentor Jesucristo.

El celebrante, levantando las manos al cielo, dice:

Te pedimos, Señor, que tu Espíritu Santo descienda a este altar y que bendiga y santifique este sacrificio que te ofrecen tus servidores, a fin de que por él recibamos la remisión de nuestros pecados y la esperanza de resucitar de entre los muertos y de llegar a la vida nueva en el reino de los cielos, en compañía de todos aquellos que te agradaron en esta vida. En actitud de agradecimiento por tu grande y admirable providencia para con nosotros, te alabamos y glorificamos sin cesar en tu Iglesia redimida por la Sangre venerable de tu Ungido, con pureza de intención, cantando himnos de alabanza.

El cantor entona la invitación a orar.

Oren con devoción y respeto. La paz esté con ustedes.

El celebrante responde:

Con pureza de intención, cantando himnos de alabanza.

Entona el cantor:

Amén. Bendice, Señor.

Dice el celebrante:

Señor, nosotros glorificamos, honramos, alabamos y adoramos tu nombre vivo, santo y vivificante, ahora y en todo tiempo y por los siglos de los siglos.

El pueblo responde:

Amén.

Dice el celebrante, profundamente inclinado:

Oh Cristo, paz de los seres celestiales, quietud de los seres terrestres, haz reinar tu paz y tu seguridad en las cuatro extremidades de la tierra, y especialmente en tu Santa Iglesia Católica. Haz reinar la comprensión entre el sacerdocio y el poder civil, para que desaparezca entre los pueblos la división y el espíritu de lucha, a fin de que la tranquilidad reine en la tierra en pureza de costumbres y respeto a tu divinidad.

Continúa diciendo:

Te doy gracias, Señor del cielo y de la tierra, Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque a pesar de mis pecados me has llamado a participar de tu inmensa misericordia, permitiendo en tu bondad que te ofrezca estos misterios respetables, sacrosantos, vivificantes y divinos del Cuerpo y de la Sangre de tu Ungido, y de impetrar a favor de tu pueblo y de las ovejas de tu rebaño el perdón de sus faltas, el olvido de sus ofensas y la salvación de sus almas, a favor de todas las iglesias la paz y la seguridad, y .a favor del mundo entero la concordia.

Salmo 50

Ten piedad de mí, oh Dios, según tu misericordia. Cristo Rey, ten piedad de mí. Según tu inmensa bondad, borra mis pecados. Cristo Rey, gloria a tu nombre.

Lávame cada vez más de mi iniquidad y purifícame de mis pecados. Reconozco mis ofensas. Mis pecados están siempre delante de mí. Sólo contra ti he pecado y he hecho el mal ante tus ojos. Reconozco mis faltas. Tú eres justo en tus sentencias. Tu juicio es correcto. Yo he nacido inclinado al mal y mi madre me ha concebido pecador. Tú amas la verdad y me hiciste conocer los misterios escondidos de tu sabiduría. Purifícame con hisopo y quedaré limpio. Lávame y seré más blanco que la nieve. Haz llegar a mi corazón tu gozo y tu alegría, y mis huesos gastados se alegrarán. No mires mis pecados y borra toda mi maldad. Oh Dios, crea en mí un corazón puro y renueva en mí tu espíritu de rectitud. No me alejes de tu rostro y no apartes de mí tu Santo Espíritu. Concédeme tu alegría y tu salvación y que tu glorioso Espíritu me sostenga, a fin de que muestre a los impíos tu camino y puedan los pecadores volver a ti.

Salmo 122

He elevado mis ojos hacia ti, que habitas en el cielo. Señor Dios Nuestro, hasta que tú te compadezcas de nosotros, mis ojos están fijos en ti, como los del esclavo están fijos en su amo y los de la esclava en su ama.

Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros. He lavado mis manos en la inocencia y me he acercado a tu altar, Señor..

El celebrante bendice en voz baja el incensario que le presenta el turiferario.

Te pedimos, Señor, que nuestra oración y nuestra súplica te sean agradables, y que nuestro incienso nos renueve en tu amistad, como el incienso del sacerdote Aarón en el tabernáculo. Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, restaura nuestras almas y nuestros cuerpos, y a causa de tu inmensa misericordia, devuelve tu favor a tus criaturas, tú, Creador de los perfumes agradables y de los nardos aromáticos.

Fracción del pan

Mientras el turiferario inciensa al pueblo, el celebrante, con los brazos abiertos dice cantando:

Cambia, Señor, el olor de nuestra corrupción y de nuestra suciedad, en el aroma agradable de tu tierno amor, y borra las manchas del pecado. Oh, Buen Pastor, que al venir a nuestro encuentro, nos hiciste salir de nuestro extravío y nos recibiste con bondad y misericordia, perdona mis pecados y mis transgresiones, tanto los que recuerdo como los que no recuerdo.

Con la vista y las manos levantadas al cielo añade:

Bendice, Señor. Bendice, Señor. Bendice, Señor. Te pedimos que tu bondad misericordiosa, nos acerque a estos misterios gloriosos, sacrosantos, vivificantes y divinos, de los cuales somos indignos.

El celebrante entrecruza las manos y besa el altar, a la izquierda y a la derecha, repitiendo cada vez la fórmula anterior.

El cantor responde cada vez:

Verdaderamente, no somos dignos.

El sacerdote hace una genuflexión, y teniendo el pan consagrado entre los índices y pulgares de ambas manos, lo eleva en alto y dice en voz baja esta oración:

Glorificamos tu santo nombre, Señor Nuestro Jesucristo, y adoramos tu grandeza en todo tiempo. Amén, Este es el pan vivo y vivificante, bajado del cielo, que da la vida al mundo entero. Los que lo reciben ya no mueren, y encuentran la salvación, el perdón y la vida. Amén.

Mientras el sacerdote dice esa oración, el turiferario lo inciensa.

El celebrante deposita en la patena el pan consagrado. Hace cuatro veces una reverencia con la cabeza, y canta:

Gloria a ti, Señor. Gloria a ti, Señor. Gloria a ti, Señor, por el don inefable que nos has hecho. Amén.

Divide el pan consagrado en dos partes iguales, cantando:

Nos acercamos, Señor, con fe verdadera en tu nombre, a estos misterios sacrosantos. Confiados en tu clemencia y misericordia, dividimos este pan y hacemos sobre él la señal de la cruz, misterios del Cuerpo y de la Sangre de tu vivificador, Nuestro Señor Jesucristo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo.

El diácono responde:

Amén.

El sacerdote deposita en la patena la mitad superior del pan, que tiene la imagen de la cabeza de Cristo. Moja luego la mitad inferior en el cáliz haciendo la señal de la cruz y cantando:

Que la Sangre venerable esté signada con el signo de la cruz juntamente con el Cuerpo vivificante de Nuestro Señor Jesucristo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

El diácono responde:

Amén.

Con la mitad del pan que ha sido mojada en el cáliz, el sacerdote marca en forma de cruz la otra mitad, que está en la patena, diciendo:

Que el Cuerpo sagrado esté marcado con la sangre redentora de Nuestro Señor Jesucristo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

El diácono responde:

Amén.

El sacerdote pone una de las mitades del pan sobre la otra, transversalmente, en forma de cruz. Hace una genuflexión y eleva en alto el cáliz, diciendo en voz baja:

Han sido partidos, santificados, consumados, completados, unidos, mezclados y marcados el uno`por el otro, estos misterios gloriosos, sacrosantos, vivificantes y divinos, en el nombre adorable y bendito de la gloriosa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a fin de que mediante ellos recibamos, Señor, la remisión de los pecados, el perdón de las ofensas, la esperanza en la resurrección final, y la vida nueva en el reino de los cielos, por nosotros y por la Santa Iglesia de Cristo Nuestro Señor, aquí y en todo lugar, ahora y en todo tiempo, por los siglos de los siglos. Amén.

El celebrante dice en voz baja:

Alabanza a ti, Jesucristo, Nuestro Señor. Tú me creaste en tu bondad. Alabanza a ti, Señor, que me llamaste por tu misericordia, y que a pesar de mi indignidad hiciste de mí, por tu gracia, ministro y dispensador de tu don y de tus misterios gloriosos, santos, vivificantes y divinos. Por tu gracia compasiva haz que pueda recibir el perdón de mis pecados y de mis transgresiones. En reconocimiento de tus inmensos beneficios para conmigo, te glorificamos, te alabamos, te damos gracias y te adoramos, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

El celebrante hace una genuflexión, besa el altar y canta:

Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la compañía del Espíritu Santo, permanezcan en todos nosotros, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

El celebrante se hace la señal de la cruz solemnemente y en silencio.

El diácono dice:

Amén. completados, unidos sversalmente, en forma de cruz. y del Esp, del Hijo y del Espiri

Los dos coros cantan juntos:

Acérquemonos todos con amor y respeto al misterio del Cuerpo y de la Sangre venerables de nuestro Salvador. Con corazón puro y con verdadera fe tenemos presente en

nosotros su pasión, y nos reconfortamos recordando su resurrección. Por nosotros el Hijo Único de Dios recibió de los hombres un cuerpo mortal y un alma razonable, con capacidad de adquirir conocimientos, e inmortal. Por sus leyes vivificantes y sus santos mandamientos, el Señor nos sacó del error y nos llevó al conocimiento de la verdad. Después de tantas muestras de amor, él, el jefe de nuestra raza, quiso someterse al suplicio de la cruz. Resucitó de entre los muertos y subió al cielo. Nos dejó en herencia sus santos misterios, mediante los cuales debemos tener siempre presente su bondad. Recibimos con amor desbordante y con el alma llena de humildad, el don de la vida eterna. Nos asociamos a los misterios de la Iglesia orando sinceramente, con ardiente piedad. En penitencia confiada, arrepentidos de habernos apartados de ti y llorando nuestros pecados, te pedimos, Dios, Señor de todas las cosas, misericordia y perdón, y perdonamos las ofensas que hemos recibido de los hombres.

Los dos coros cantan en forma alternada:

-Señor, perdona los pecados y las faltas de tus servidores.

-Purifiquemos nuestras conciencias de divisiones y querellas.

-Señor, perdona los pecados y las faltas de tus servidores.

-Purifiquemos nuestras almas del odio y de la maldad.

-Señor, perdona los pecados y las faltas de tus servidores.

-Recibamos la Santa Comunión y santifiquémonos en el Espíritu Santo.

-Señor, perdona los pecados y las faltas de tus servidores.

-En actitud de unión, comprensión y concordia, recibamos la comunión de los santos misterios.

-Señor, perdona los pecados y las faltas de tus servidores.

-Por estos santos misterios, concédenos, Señor, la resurrección de los cuerpos, la salvación de las almas y la vida eterna.

Mientras canta el coro, el celebrante, con las manos en alto, dice en voz baja:

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres. Tu nombre sea bendito y exaltado eternamente. Sin tener en cuenta nuestros pecados, tú nos libraste del poder de las tinieblas por tu gran misricordia. Tú nos llamaste para entrar el reino de tu Hijo Bien Amado. Por medio de Él tú venciste y aniquilaste al reino de la muerte, dándonos la vida eterne e incorruptible. Ahora, Señor, que nos concediste la gracia de estar de pie ante tu altar puro y santo, y de ofrecerte este sacrificio vivificante y sacrosanto, permítenos, por tu bondad y misericordia recibir este don en pureza y santidad de vida. Te pedimos que por este don nos veamos libres de castigo, que nos lleguen tu misericordia, tu indulgencia y el perdón de nuestros pecados, confiemos resucitar un día de entre los muertos y alcancemos la vida eterna. Queremos ser testigos auténticos de tu gloria, tabernáculos puros y templos santos. Unidos al Cuerpo y a la Sangre de tu Ungido, cuando llegue su grande y triunfante venida, resplandeceremos con todos tus santos. A ti, a tu Hijo y al Espíritu Santo, alabanza, honor, acción de gracias y adoración, ahora y siempre por los siglos de los siglos. La paz esté con nosotros.

Inclinándose profundamente dice:

Perdona, Señor, en tu clemencia, los pecados y faltas de tus servidores. Santifica nuestros labios con tu gracia para que podamos glorificar a tu sublime Divinidad, en compañía de todos tus santos en tu reino.

A) Los domingos, fiestas y días ordinarios dice el sacerdote en voz alta:

Concédenos, Señor Dios, la gracia de presentarnos siempre ante ti sin mancha alguna, con el corazón puro y la conciencia tranquila. Con la confianza que nos has inspirado, te cantamos todos diciendo:

Padre nuestro…

B) En las fiestas de primera solemnidad dicedo les dijieñado a tus disco, para poder dirigirnos as. el sacerdote en voz alta:

Establece, Señor, tu paz entre nosotros y en nuestros corazones. Que nuestras lenguas proclamen tu verdad y que tu cruz sea la guardiana de nuestras almas. Que nuestras bocas sean como arpas y nuestros labios como fuego, para poder dirigir a ti, Señor, con la seguridad que nos transmites, esta oración pura y santa que tu boca vivificante ha enseñado a tus discípulos, fieles confidentes de tus misterios, cuando les dijiste: “Cuando quieran orar, oren así:

Padre nuestro que estás en los cielos., santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy el pan que nos hace falta, y perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos deje caer en la tentación y líbranos del mal, porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Dice el sacerdote:

Sí, Señor todopoderoso, Dios nuestro bondadoso, padre misericordioso, te pedimos suplicantes que nos concedas tu perdón y nos ayudes a no ceder a las tentaciones. Líbranos del maligno y de su poder. Tuyos son el reino, el poder y la gloria en todo tiempo y por los siglos de los siglos.

Dirigiéndose al pueblo dice:

La paz esté con ustedes.

El pueblo responde:

Contigo y con tu espíritu.

Con las manos extendidas dice el sacerdote:

Los santos reciben las cosas santas en la concordia.

Responde el diácono:

No hay más que un solo Padre Santo, un solo Hijo Santo, un solo Espíritu Santo. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Los domingos y fiestas solemnes se recorre la cortina de la puerta del santuario. El sacerdote entona un himno, que continúan los del coro en foma alternada. Luego, uno de los cantores dice:

Alaben al Dios viviente. A Él la alabanza en su Iglesia, y a nosotros su misericordia y su clemencia en todo tiempo.

El coro canta la antífona del trono. Los días de feria el acólito recita esta antífona:

Benditos sean, Señor, tu Cuerpo y tu Sangre que nos has dado para la redención de los pueblos, por medio de los cuales has santificado nuestra naturaleza. Bendecimos tu grandeza.

Cordero de Dios

El consagrante junta las dos mitades del pan consagrado, que tiene entre el pulgar y el índice de la mano izquierda, las pone encima del cáliz, y situado en uno de los lados del altar para que los fieles puedan ver el pan y el cáliz, de cara al pueblo dice una de estas dos oraciones:

a) Oh, Hijo, que nos has dado tu Cuerpo y tu Sangre, concédenos la gracia de gozar de la vida eterna.

b) Cordero del Dios vivo, que cargas el pecado del mundo, escúchanos, Señor. Cordero del Dios vivo, que cargas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

Comunión

Dice el sacerdote:

Bendícenos, Señor. Bendícenos, Señor. Bendícenos, Señor. Hermanos, rueguen por mí.

Teniendo una de las partes del pan consagrado sobrepuesta sobre la otra, dice en voz baja:

Permite, Señor, en tu gracia, a pesar de mi indignidad, que reciba con corazón puro tu Cuerpo y tu Sangre redentores. Tú, Señor, fuente de todo bien, no permitas que tu Cuerpo y tu Sangre redentores, que me atrevo a recibir, sean para mí causa de juicio y codenación, sino más bien, prenda de misericordia y de clemencia, de perdón y de fortaleza para no caer en la tentación. Amén.

Santifica nuestros cuerpos por medio de tu Cuerpo Sagrado, y perdona nuestros pecados por medio de tu Sangre Venerable, y lava nuestras conciencias con el hisopo de tu indulgencia, oh Cristo, esperanza de nuestra naturaleza, oh Cristo, esperanza de nuestra naturaleza, oh Cristo, esperanza de nuestra naturaleza.

Oh Cristo, Señor, tengo en mis manos indignas el tesoro de tu misericordia y el gran prodigio de tu misterio venerable, que voy a recibir por tu gracia. Ven a mí, a pesar de mi indignidad.

Después de recibir el pan consagrado, guarda silencio un momento, y tomando el cáliz dice:

¿Cómo corresponderé al Señor por todo el bien que me ha hecho? Beberé del cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor en presencia de todo el pueblo.

Tú diste a beber en tu cena del cáliz de tu Sangre venerable a la asamblea de tus invitado, oh esposo celestial de la Iglesia. Por tu amor inefable, a mí, pecador, me haces también participar de este cáliz. Amén.

El diácono dice:

Bendícenos, Señor.

El celebrante, de cara al pueblo se hace la señal de la cruz diciendo en voz alta:

Que el don de la bondad de nuestro vivificador, nuestro Señor Jesucristo, llegue a todos nosotros por su misericordia.

El diácono responde:

Por los siglos de los siglos. Amén.

Se canta la antífona correspondiente al día. Los días feriados y en las misas privadas, dice el celebrante:

Hermanos, la Iglesia nos dice: reciban el Cuerpo del Hijo y beban de su cáliz, con fe en el reino.

Al dar la comunión, el celebrante dice a cada uno de los fieles:

Que el Cuerpo de nuestro Señor sea para el fiel sincero signo del perdón de los pecados.

Después de la comunión, mientras el celebrante lava la patena y el cáliz, el coro canta en forma alternada un himno de acción de gracias:

Los domingos y fiestas cantan este himno:

Oh, Jesús, nuestro Señor y Rey digno de adoración, tú que venciste en tu pasión a la muerte opresora. Hijo de Dios, que nos prometió una vida nueva en tu reino celestial, líbranos de todos nuestros males, y establece en medio de nosotros la paz y la misericordia. Te pedimos que en el día de tu venida resucitemos a la vida y salgamos a tu encuentro según tu voluntad, y que oyendo el “Hosanna”, bendigamos tu nombre por tu bondad para con nosotros los hombres. Innumerables son tus obras de misericordia, y tu amor se manifestó para vencer a la muerte. En tu clemencia perdonaste nuestros pecados. Glorificamos tu nombre dándote gracias por todos los bienes que hemos recibido de ti. Bendita sea tu Majestad en tu morada, oh tú, que perdonas las ofensas por tu misericordia, concédenos a todos nosotros la gracia de bendecir y alabar a tu Divinidad y de dar gracias a tu grandeza en todo tiempo. Amén.

Los domingos y fiestas solemnes cantan este himno:

Fortalece, Señor, las manos extendidas para recibir el misterio sagrado que perdona los pecados, a fin de que puedan presentar todos los días a tu Divinidad los buenos frutos de sus obras. A las bocas que cantaron tus alabanzas, concédeles la gracia de alabar tu gloria. A los oídos que escucharon los himnos de alabanza, fortalécelos, Señor, para que escuchen tu juicio favorable. A los ojos que con esperanza de verte han sido testigos de tu misericordia , concédeles la gracia de verte. A las lenguas que te aclamaron diciéndote: “Santo”, concédeles la gracia de conocer tu verdad. A los pies que caminaron en la tierra para salir a tu encuentro, concédeles caminar en el país de la luz. A los cuerpos que han recibido tu Cuerpo vivificante, concédeles la gracia de gozar de la vida nueva. A esta asamblea que adora a tu Divinidad, concédele abundamente tu misericordia. Te pedimos que tu inmenso amor llegue siempre a nosotros, para que fortalecidos por tu gracia merezcamos gozar de tu gloria. Abre la puerta a nuestras oraciones para que nuestro culto llegue a ti.

Los días feriados cantan este himno:

Te pedimos, Señor, que los misterios que hemos recibido con fe nos obtengan el perdón de nuestros pecados. Tú quisiste revestirte con la vestidura del esclavo y del obrero, y nosotros supimos que eres el Cristo, el Rey del universo. Mediante tu Cuerpo y tu Sangre borraste los pecados de todos los que creyeron en ti. El día de tu triunfo concédenos la gracia de salir a tu encuentro con el corazón firmemente puesto en ti, y de cantar el himno de tu gloria en compañía de tus coros celestiales. Amén. Amén.

Un cantor canta cara al pueblo en la puerta del santuario:

Todos nosotros, quienes por el don y la gracia del Espíritu Santo nos hemos acercado a este altar y hemos recibido la gracia de participar en estos misterios gloriosos, santos, vivificantes y divinos, bendigamos y agradezcamos a Dios con una sola voz.

El coro canta:

Alabemos a Dios por su don inefable.

Uno de los cantores canta:

Oremos. Que la paz esté con ustedes.

Oraciones finales

Los domingos y fiestas dice el celebrante:

Es digno, Señor, todos los días, justo en todo tiempo, y conveniente a cada hora, bendecir, alabar y glorificar el nombre respetable de tu grandeza, porque nos has permitido, considerando con bondad nuestra naturaleza débil y mortal, santificar tu nombre con los espíritus celestiales, tomar parte en los misterios de tus dones, gozar de la dulzura de tus palabras y hacer llegar hasta la altura de tu divinidad los cantos de alabanza y bendición en todo tiempo, oh Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El diácono responde:

Amén. Bendícenos, Señor.

Dice el celebrante:

Que Cristo nuestro Dios y Señor, nuestro Rey y nuestro Salvador, nuestro vivificador, que ha perdonado nuestras faltas, y que por su bondad y misericordia nos ha

concedido la gracia de recibir su Cuerpo y su Sangre venerables y santificadores, nos conceda la gracia de agrdarle con nuestras palabras, pensamientos y obras. Que esta gracia que hemos recibido, Señor, nos obtenga el perdón de nuestras faltas y ofensas, afiance en nosotros la seguridad de resucitar de entre los muertos y de llegar a la vida nueva en el Reino de los cielos en compañía de todos los que encontraron gracia a tus ojos, por tu bondad y tu misericordia.

El acólito inicia la oración del Padre Nuestro.

Los días ordinarios dice el celebrante:

Señor, es nuestro deber dar a tu gloriosa Trinidad, gloria, honor, acción de gracias y adoración, por el don de los Santos Misterios que en tu bondad nos has concedido para el perdón de nuestros pecados, Señor de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El diácono dice:

Bendícenos, Señor.

Dice el sacerdote:

Oh Cristo, Señor, esperanza de nuestra naturaleza, tú has perdonado nuestros pecados y faltas y olvidado nuestras iniquidades por medio de tus misterios gloriosos, santos, vivificantes y divinos. Bendita sea tu adorable majestad en tu morada sublime, en todo tiempo y por los siglos de los siglos.

El diácono inicia la oración del Padre nuestro.

Bendición final

El celebrante con dos acólitos que llevan el misal abierto, se sitúa en el lado derecho de la puerta del santuario, de cara al pueblo canta:

Los domingos y fiestas:

Bendiga nuestra asamblea, conserve nuestra unión y purifique a nuestro pueblo que se ha reunido aquí y ha participado con gozo en los misterios reconfortantes, gloriosos, santos, vivificantes y divinos, el que nos ha bendecido con todas las bendiciones del Espíritu celestial por nuestro Señor Jesucristo, por nuestro Señor Jesucristo, nos ha llamado a su reino y nos ha hecho partícipes de su felicidad deseable que no tiene fin y permanece para siempre, como nos había prometido en su Evangelio de vida cuando dijo al grupo bendito de sus discípulos: “En verdad, en verdad les digo: El que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él. Yo lo resucitaré el último día, y no será juzgado. Pasará directamente de la muerte a la vida eterna.” Que la señal viviente de la divina Cruz llegue a ustedes y los preserve de todos los males visibles e invisibles ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Los días ordinarios canta:

Que nuestro Señor Jesucristo, a quien acabamos de servir, glorificar y honrar en sus misterios gloriosos, santos vivificantes y divinos, nos haga dignos de la gloria resplandeciente de su reino y del eterno gozo en compañía de sus ángeles. Que nos conceda presentarnos delante de Él con la conciencia limpia y que nos ponga a su derecha en la Jerusalén celestial, por su gracia y su misericordia. A Él la gloria. Que su providencia nos acompañe, a nosotros y a todas sus criaturas, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

En las misas de difuntos dice el celebrante:

Gloria en la Iglesia al que ha perdonado nuestros pecados y borrado nuestras iniquidades con su Sangre. A ustedes, pueblo de Dios y ovejas de su rebaño, los llene con sus beneficios y bendiga abundantemente sus hogares. Que el Señor y Dios los libre del maligno y de su poder por la intercesión de la bienaventurada María y de todos los santos. Que estén preservados de todos los males visibles e invisibles, ahora y siempre por los siglos de los siglos.

El celebrante bendice a los fieles.



[1] Responde el acólito en las misas rezadas o privadas. En las misas cantadas los diáconos, subdiáconos y cantores forman dos coros en el santuario. En el altar se sitúa solamente el sacerdote. Si el celebrante es el obispo, se sitúan a sus lados dos sacerdotes que desempeñan la funciones de diácono y subdiácono.

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