viernes, 22 de febrero de 2008

Cristóbal de Mendoza

CRISTOBAL DE MENDOZA

Javier Baptista, S. J

Rodrigo de Mendoza nació en Santa Cruz de la Sierra en 1589 o 1590. Como muchos criollos, aprendió desde niño el idioma gorgotoqui, de la familia chiquitana. Los cruceños tenían trato relativamente amistoso con los chiquitanos, pero tenían terror de los chiriguanos. Desde 1561, los españoles y criollos de Santa Cruz, como antes los del imperio incaico, tenían miedo de los guaraníes, a quienes llamaban chiriguanos, que tenían fama de belicosos y sanguinarios.

El gobernador de Santa Cruz de la Sierra, Lorenzo Suárez de Figueroa, pidió a los padres jesuitas que vayan a Santa Cruz a convertir a los chiriguanos. En 1582, en la congregación provincial de los jesuitas de la Provincia del Perú, que tuvo lugar en Lima, se decidió aceptar la invitación del gobernador Suárez de Figueroa de intentar la conversión de los chiriguanos.

Recién en 1586 el provincial Juan de Atienza escogió para la nueva empresa a los P.P. Diego Samaniego y Diego Martínez y al H. Juan Sánchez. El P. Samaniego fue desde Potosí y el P. Martínez y el H. Sánchez desde el Cusco. Debido a un bloqueo de caminos, ocasionado por los chiriguanos, los tres misioneros tuvieron que quedarse en Mizque durante 10 meses. Llegaron a Santa Cruz el 17 de mayo de 1587.

De inmediato se dedicaron al estudio del gorgotoqui y del chiriguano. El P. Samaniego escribió en chiriguano gramática, vocabulario, catecismos y cantos. En 1589, año en que nació el P. Cristóbal de Mendoza, Suárez de Figueroa escribió a la Audiencia de Charcas: “El fruto que hacen los de la Compañía así en los españoles como en los naturales es mayor de lo que yo podré decir” (Mon.Per. 4, 481).

Los chiriguanos no aceptaban vivir con los españoles ni tampoco juntarse entre ellos en poblados, como querían los jesuitas, quienes fracasaron siempre en su intento de transformarlos en agricultores, ganaderos y artesanos. No pudieron lograr que se asentaran en un lugar, y menos aún en convertirlos en ganaderos. Así como desde el período prehispánico se comían las llamas de los territorios incaicos, los chiriguanos ahora se comían las vacas que llevaban los misioneros.

Es indudable que Rodrigo de Mendoza conoció a los PP. Samaniego y Martínez, y que fue debido a la labor misionera que desempeñaban que decidió hacerse jesuita. Se puede conjeturar que debido al trato frecuente con los jesuitas, nació en él el deseo de imitarlos, y en cierto modo, de aceptar el desafío de someter a la indómita nación chiriguana.

Nunca se sabrá por qué Rodrigo prefirió entrar a la Compañía en la Provincia del Paraguay y no en la del Perú, a la que correspondía Santa Cruz. Se puede suponer que quiso alejarse de su familia para no estar atado a su gente, que no vería de buen grado que se dedique a trabajar entre los chiriguanos. Podría también pensarse que al saber que en la Provincia del Paraguay se hablaba guaraní, y que allí los jesuitas ya habían logrado fundar reducciones entre ellos, tomó esa opción, que le pareció la más adecuada.

Lo que está claro es que en carta del 26 de febrero de 1628 propuso al P. General Mucio Vitelleschi la ida de los jesuitas de la Provincia del Paraguay “a las regiones de Chuquisaca”, dependientes de la Provincia del Perú “para la conversión de la nación chiriguana, que habla la lengua del Paraguay”. El P. Vitelleschi escribió el 29 de noviembre de 1629 al provincial del Paraguay, P. Francisco Vázquez Trujillo, para que se “informe de lo que hay acerca de esto”, y que de acuerdo con el provincial del Perú “determinen lo que les pareciere que más conviene al divino servicio y bien de aquella nación”. No se hizo nada al respecto hasta 1688, cuando los jesuitas de la provincia del Paraguay fundaron el colegio de Tarija para atender las misiones chiriguanas.

Rodrigo de Mendoza, cambiando su nombre por el de Cristóbal, comenzó su noviciado el 18 de mayo de 1616 en Córdoba del Tucumán. Se ordenó sacerdote en Córdoba de manos del obispo Julián de Cortázar por 1622. Fue destinado a las misiones del Guayrá, de las cuales fue superior de 1625 a 1631. En 1625 fundó la reducción de Natividad.

A fines de agosto de 1628 se presentaron en el Guayrá 400 paulistas y 2000 tupíes al mando de Manuel Raposo Tavares. El P. Mendoza se encontraba en San Antonio. Los paulistas destrozaron una imagen de la Virgen María que estaba en el altar. Mataron a dos indios a balazos e hirieron a muchos. Para impedir que el padre acudiera a auxiliar a los heridos, con espadas lo inmovilizaron y le dieron un flechazo en el muslo.

Por orden del 25 de febrero de 1629 el provincial P. Francisco Vázquez Trujillo ordenó a siete jesuitas hacer una declaración jurada ante las autoridades españolas sobre la invasión de 1628. En su declaración del 4 de abril de 1631 el P. Mendoza acusa a Luis de Céspedes, gobernador español del Guayrá, como principal culpable de los ataques, ya que casado con una portuguesa de Sâo Paulo, permitió la incursión de Manuel Raposo Tavares para llevarse esclavos a la hacienda de su mujer.

En 1631 el P. Mendoza participó en el éxodo de los guaraníes del Guairá, dirigido por el P. Antonio Ruíz de Montoya. Sus últimos 4 años de vida los pasó en las misiones del Paraná. En junio de 1632, el superior de las misiones, P. Pedro Romero, fundó con los PP. Cristóbal de Mendoza y Pablo Benavides el pueblo de San Miguel en la margen derecha del río Ibicuí.

El P. Antonio Ruíz de Montoya en su libro “Conquista Espiritual del Paraguay”, relata así el martirio del P. Mendoza: “tuvo noticia de unos tupís, que son banqueros o cajeros de los vecinos de San Pablo, a quien en lengua portuguesa llaman pomberos, y en nuestro castellano palomeros, a similitud de los palomos, diestros en recoger y hurtar palomas en otros palomares. Los naturales los llaman mu, que quiere decir los contratantes. Estos dividen entre sí las comarcas, y cada uno en su puesto tiene su aduar y mesa de cambio, para comprar indios, mujeres y niños, para lo cual les envían los moradores de las villas de la costa del Brasil, hachas, machetes, cuchillos y todo género de herramientas, vestidos viejos, sombreros, jerguetas y mil bujerías, para la compra de almas, al modo que acá se envía a comprar una partida de carneros o hatajo de vacas.

Estos pomberos, si bien profesan ser cristianos, son los mismos demonios del infierno, oficina de todo género de maldades y pecados, aduana de embriaguez y de torpísimos pecados. Tienen las casas de mujeres gentiles, compradas para sus torpezas. Incitan a los gentiles a que se hagan guerra, y se cautiven y prendan, y los traigan al contraste y venta. La necesidad de aquestas herramientas para sus labranzas, les hace cautivarse unos a otros, y a veces a los mismos deudos y moradores de sus mismas casas los entregan por una hacha o por un machete, que ésta es ya la tasa. Y así, el que más puede, abrazándose con el que no le puede resistir, lo prende diciendo: Ya eres mi esclavo. Con que, rendido, se va los pomberos, y se trata y sirve como esclavo.

…… Juntas ya muchas tropas, avisan a San Pablo, y demás villas de la costa, de donde acuden barcos y canoas en que los llevan en ganancioso empleo, porque el costo fue dos o cuatro pesos, y puestos en sus villas valen 15 o 20. Llevados al río Género, los veden por 40 o 50 cruzados. Cogió a algunos pomberos de éstos el santo padre, y quitándoles la presa, a que dio libertad, enviolos a las reducciones lejanas, para que allí fuesen doctrinados. Discurrió el padre y su compañero el P. Mola por toda aquella tierra, descubriendo pueblos de gentiles y dándoles noticia de la religión cristiana.

Supieron cómo un famoso cacique, grande hechicero y mago, se publicaba dios de toda aquella tierra, común locura destos miserables, con que se hacía adorar de aquella gente simple. Desearon ganarle, y para tener entrada le enviaron a Antonio, hombre adornado de fe y de confianza. Fue muy bien recibido de Yeguacaporú, que así se llamaba aquel fingido dios, juzgando que venía a reconocerle y a adorarle, como en su gentilidad había hecho. Después de muchas razones, que con sagaz prudencia, Antonio tuvo con él, le dijo que los padres gustarían de verle, y él tenía por cierto que no se disgustaría de tratarlos. Pues, ¿cómo quieres, le respondió, que yo que soy dios y señor de lo criado, formador de los rayos, causador de la vida y de la muerte, me sujete a ir a ver a unos extranjeros pobretones, que a mi despecho y descrédito pregonan a esa gente bárbara que hay un solo dios y que ése está en el cielo. Yo soy ése, que ellos con ignorancia predican a mi descrédito”.

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