viernes, 22 de febrero de 2008

Los jesuitas en Cochabamba

LOS JESUITAS EN COCHABAMBA

SU LLEGADA Y SU SALIDA

Los jesuitas de la provincia del Perú, establecidos en la Audiencia de Charcas en la segunda mitad del siglo XVI, estuvieron varias veces en el actual departamento de Cochabamba, de paso a Santa Cruz. En 1582 se decidió dar comienzo a las misiones entre los chiriguanos a partir de Santa Cruz de la Sierra. Para esa labor, el provincial del Perú, P. Juan de Atienza, designó a los padres Diego de Samaniego y Diego Martínez. Llegados a Mizque en mayo de 1586, no pudieron continuar viaje debido a un levantamiento de chiriguanos. Permanecieron en Mizque durante diez meses, dando misiones en castellano y quechua.

Habiéndose fundado en 1682 las misiones de Mojos, se vio conveniente abrir una casa en Cochabamba con la finalidad de que sirviera de apoyo a dichas misiones. Ya en 1683 el hermano José del Castillo intentó infructuosamente explorar la región en vistas a abrir un camino desde Mojos a Cochabamba. En abril de ese año partió de Loreto con 80 mojeños. Llegados al primer pueblo de raches, éstos les aconsejaron no continuar viaje por causa de las lluvias y esperar hasta el mes de agosto. Volvieron a Loreto 76 mojeños con un carta de Castillo al superior de la misión, padre Pedro Marbán, del 5 de mayo, en la que le comunicaba su decisión de proseguir adelante con los otros 4 mojeños. Habiendo regresado también éstos a Loreto, Castillo siguió su camino con un rache, calculando que faltaban sólo 10 días para llegar a Cochabamba, a donde no llegó, ni se tuvo más noticia de él [1].

En el Archivo General de Indias de Sevilla, en la sección “Audiencia de Charcas, legajo 381”, se encuentran tres documentos referentes a la llegada de los jesuitas a Cochabamba. El primero, del 18 de enero de 1704, está dirigido al virrey “por el vicario y caciques de la provincia de Cochabamba del Perú”. En ese documento se pide la fundación en la villa de un colegio de la Compañía de Jesús. Los curas doctrineros “de la villa de Oropesa y sus valles de Cochabamba, del arzobispado de los Charcas, reino del Perú ”, dicen que se encuentran en esa villa “algunos religiosos sacerdotes de la Compañía de Jesús con especial licencia” de las autoridades virreinales para fundar una casa al servicio de la misiones de Mojos. El documento dice literalmente: “para hospicio [2] y providencia de los apostólicos misioneros de su religión, que en las dilatadas provincias de los Moxos ejercitan la conversión de aquellas innumerables naciones gentiles, descubiertas por ellos”. Después de alabar a los padres jesuitas “que en esas misiones enseñan a sus habitantes la labranza de la tierra, la cría de ganado, las artesanías, la lectura, la escritura y la música sacra”, añaden:

“Y así, teniendo noticia de que el común de la vecindad, por su cabildo hace súplica a vuestra majestad se sirva hacerles merced de conceder licencia a la sagrada religión de la Compañía de Jesús para que la residencia referida se erija en fundación de colegio de esta villa por las razones de congruencia, espirituales y temporales que representan, juzgamos que de nuestra parte debemos concurrir a suplicar humildemente a vuestra majestad con los caciques más principales de estos pueblos, se sirva de mandar conceder la licencia que se pide porque de ella será Dios servido, siendo como es esta provincia la más poblada de vecindad y residencia de españoles e indios del reino, y cada día, por el aumento, por el benigno temperamento, abundancia de frutos y ganados mayores y menores, pues sustenta doscientas y más leguas de sus contornos, y por consiguiente el aumento de su feligresía en que las misiones serán más continuadas en bien de las almas, por cuyo beneficio espiritual se ha de servir Dios Nuestro Señor dilatar los católicos reinos de vuestra majestad, cuya real persona nos guarde su divina majestad los muchos años que puede y deseamos, con aumento de mayores reinos y señoríos, como la cristiandad ha menester”. Firman José de Angulo, José Antonio de Mancilla, Diego de Veraza y Arnao, Pedro de Mercado y Peñaloza, Antonio de Hermosilla y Velasco, Pedro de la Torre, Manuel de Rivero, Pedro de Blanes, Francisco Cárcamo, Agustín Vehani, José Ataco y Pedro Catacora.

El segundo documento, fechado el 20 de enero de 1704, es la petición hecha por el cabildo, justicia y regimiento de la villa de Oropesa, valle de Cochabamba, informando al rey sobre “los buenos efectos de los misioneros de la Compañía de Jesús”, y pidiendo “merced de licencia para fundación de colegios”. Los regidores de la villa de Oropesa n escatiman alabanzas a los jesuitas. Dicen que estos religiosos “se dedicaron a vencer los imposibles al tránsito de las dilatadas provincias de indios infieles que llaman de los moxos y Gran Paititi, siendo sus hombros y espaldas el carruaje de los sagrados ornamentos y altares portátiles, harina para hostias y vino para celebrar el santo sacrificio de la misa. Y algunas piedras de sal para preservar la corrupción de la poca harina”

Describen a los jesuitas caminando con “pies desnudos por zarzales y pantanos veinte y más años sucesivos”. Se refieren luego al contacto que los indios de las misiones de los jesuitas han tenido con la villa de Oropesa: “Al presente tienen diez iglesias en diferentes territorios y cada una con grande número de cristianos nuevos convertidos, y por lo que salen a esta villa con sus algodones hilados y tejidos y otros géneros a trocarles. Los vemos ladinos [3] en la lengua castellana y con política cristiana y civil”.

A continuación explican que los vecinos y moradores de la villa y su provincia, desean perpetuar en la vecindad “la sagrada religión [4] de la Compañía de Jesús, erigiendo en colegio la residencia por hospicio que el supremo gobierno de estos reinos concedió para tan santo fin”. Y añaden: “Siendo su majestad servido, nos ponemos a sus reales pies suplicándole humildes se sirva de mandar conceder licencia a la sagrada religión de la Compañía de Jesús, de quien tenemos beneplácito, para la fundación de colegio”. Firman Pedro Ortiz de Foronda, Juan de Terrazas y Arce, Domingo Ramírez de Arellano, Martín de Bassoa, Diego de Ugarte y Mercado, Pedro Calatayud, Juan de Morales Malpartida, Vicente de Bustamante y Segovia, Martín Blanco de Bustamante.

El tercer documento es el informe del arzobispo de La Plata, Juan Queipo de Llano y Valdés del 1º de junio de 1704: “Estando este lugar a la puerta de los infieles de Moxos, regiones dilatadísimas que va conquistando para Dios esta sagrada religión con más de treinta misioneros que hoy las habitan, será de gran consuelo para lo fácil de esta santa conquista el que tengan casa vecina donde se puedan prevenir a las entradas, y en que refugiarse a las salidas sin diversidad notable de temple, que se haga peligroso a la salud, y en que se puedan mantener y criar sujetos con que proveer aquellas partes, y darles más copia de operarios, quienes en el ínterim se podrán ocupar en dar doctrina cristiana a los hijos de la tierra, y enseñarles los rudimentos de la latinidad, materia no menos necesaria para la causa pública que el antecedente, pues aunque sea de cincuenta leguas la distancia que hay a esta ciudad de aquella villa, es la pobreza de sus habitadores mucho mayor, y imposible de mantener sus hijos fuera de sus casas. Y si por esta razón hasta aquí se han lamentado infelices en educarlos, hoy con esta religión tendrán lo necesario para criarlos en Dios y en su doctrina. Y hallándose esta religión no sólo con una hacienda cerca de la villa de valor de más de veinte mil pesos que para este fin les hizo el doctor Juan de Solórzano, hallo, señor, estar corriente la pretensión, porque comprende en sí las circunstancias que V.R.M. previene en la ley no sólo hacia el bien temporal de los vecinos, pues con tan crecida dote tienen más de lo competente para no molestarlos en tierra tan barata, sino al bien espiritual de ellos por el ruto con que esta religión santa sabe ejercitar el instituto de su glorioso fundador, y ser medio más que eficaz para que los infieles moxos se acaben de reducir al evangelio y dominio dulce de V. M.”.

La fundación se hizo efectiva recién en 1716, en tiempos del arzobispo de La Plata, Diego Morcillo Rubio y Auñón. Se construyó el colegio San Luis Gonzaga en la actual Avenida Heroínas, entre la avenida Ayacucho y la calle Baptista, donde se encuentra actualmente el arzobispado. La iglesia adyacente, en la esquina de las calles General Achá y Baptista, se construyó en 1730.

En Cochabamba surgieron vocaciones a la Compañía de Jesús, probablemente todas provenientes del colegio San Luis Gonzaga. Tres jesuitas cochabambinos se destacaron como misioneros de Mojos. Sin duda la continua relación de los jesuitas del colegio con Mojos, influyeron en sus ánimos para ofrecerse a trabajar en esas misiones. Francisco Javier Iraizós nació el dos de marzo de 1725. Entró a la Compañía en Lima el 20 de mayo de 1740. Terminados sus estudios sacerdotales por 1750, fue destinado a la misión de Mojos. Trabajó en las reducciones de Santa Rosa y San Pedro. En 1762 los portugueses del Brasil se apoderaron de la reducción de Santa Rosa. Las autoridades de Lima ordenaron el establecimiento de un fuerte en la orilla izquierda del río Tienes, frente al fuerte portugués de Beira. El padre Iraizós fue designado capellán del contingete formado por 300 hombres, entre españoles, criollos y canisianos (mojeños de la reducción de San Pedro. En junio de 1763 los portugueses atacaron el fuerte español, pero no pudieron tomarlo. Enfermo a consecuencia del largo asedio, el padre Iraizós falleció el 5 de agosto de 1763. Escribió la “Historia de las naciones y lengua de los moxos”, que su hermano Juan Manuel llevó al exilio, y que fue mencionada por el lingüista padre Lorenzo Hervás y Panduro, S.J. Según éste, un compendio de la obra del padre Francisco Javier Iraizós fue entregado a la real biblioteca de Madrid entre los papeles del padre Andrés Buriel, S.J. [5].

Su hermano menor, Juan Manuel Iraizós, nació el 26 de diciembre de 1730. Entró a la Compañía en Lima el 1º de enero de 1744, cuatro años después que su hermano Francisco Javier. Poco después de su ordenación sacerdotal, por 1754, fue destinado a las misiones de Mojos. Trabajó en la reducción de San Javier, donde le llegó el decreto de expulsión en 1767. Establecido en Ferrara, y después de la supresión de la Compañía (1773) en Roma, aportó datos sobre la lengua mojeña al padre Lorenzo Hervás y Pandero. Falleció en Roma en 1796.

El tercer jesuita cochabambino que trabajó en Mojos fue el padre Miguel de Irigoyen, quien nació el 6 de abril de 1721. Entró a la Compañía en Lima el 10 de abril de 1740. Terminada su formación sacerdotal, fue destinado a las misiones de Mojos. En 1757 escribió una relación sobre la celebración de la Semana Santa, que fue publicada por el padre Rubén Vargas Ugarte, S.J. en 1941. El padre Irigoyen se encontraba en la universidad de San Francisco Javier de Chuquisaca como prefecto de estudios y profesor de quechua cuando le llegó la orden de expulsión de 1767. Con la mayoría de los jesuitas de la provincia del Perú fue destinado a Ferrara, en los estados pontificios. No se sabe ni el lugar ni la fecha de su fallecimiento.

Cayó repentinamente como un rayo a noticia del decreto de expulsión de los jesuitas de España y sus dominios, por orden de Carlos III. El gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucareli recibió los despachos de Madrid el 7 de junio de 1767. Estaba encargado de la ejecución del decreto en las casas de la provincia del Paraguay, con excepción de la de Tarija y las misiones de Chiquitos, confiadas al presidente de la audiencia de Charcas. Recibió, además, la comisión de hacer llegar el decreto al virrey del Perú, al presidente de la audiencia de Charcas y al gobernador de Chile. El teniente José Antonio de Merlo llegó Chuquisaca con los despachos de Bucareli el 17 de julio de 1767, y al día siguiente continuó viaje a Lima.

En el archivo de la provincia Tarraconense de la Compañía de Jesús, Sant Cugat del Vallés, Barcelona, se conserva el relato pormenorizado de la expulsión de los jesuitas de Cochabamba, de autor anónimo. El 3 de agosto de 1767 el gobernador de Cochabamba, teniente coronel Gabriel de Herboso, se encontraba en Capinota en visita de recaudación de los reales tributos. Ese día recibió los despachos enviados por el presidente de la audiencia de Charcas, Victorino Martínez de Tineo. En cumplimiento de las órdenes recibidas, ya en Cochabamba, al anochecer del 29 de septiembre Herboso hizo llamar a su casa a cuatro capitanes. Les ordenó presentarse a las 9 de la noche con sus compañías “sin estruendo ni ruido alguno de cajas”, es decir, de tambores. Cada compañía contaba con 50 hombres. Convocó también para la misma hora a los miembros del cabildo. A los señores del cabildo y a los capitanes les explicó las razones de la convocatoria y los exhortó “a la fidelidad y cumplimiento de su obligación”. Ordenó luego a los capitanes cercar a las 12 de la noche el manzano del colegio San Luis Gonzaga.

A las 4 de la mañana del 30 de agosto, Herboso, acompañada de los miembros del cabildo y de algunos soldados, tocó la campanilla del colegio San Luis Gonzaga. Al portero le dijo que llamara inmediatamente al padre rector. Entró al colegio acompañado de Luis de Paniagua, alcalde ordinario de primer voto, Luis Montaño, alcalde ordinario de segundo voto, que pararon de conjueces, José Duarte, alguacil mayor, y Manuel Paniagua, regidor, que pararon de testigos.

Estuvieron también presentes Lucas Santa Cruz, escribano, y cuatro soldados. Herboso y sus acompañantes fueron recibidos en el cuarto del padre rector, Antonio García. El gobernador, “con algunas lágrimas en sus ojos, lo saludó muy urbanamente”. A petición suya ordenó el padre rector al portero que convoque a su cuarto a todos los miembros de la comunidad. El hermano despertador fue pasando por los diferentes aposentos, comunicando la orden de padre rector.

Los miembros de la comunidad de Cochabamba eran los padres Francisco Javier la Sierra, procurador de las misiones de Mojos, Juan de Dios Hervias, padre espiritual de la comunidad y director de la escuela de Cristo, Manuel de Casafranca, prefecto de sacristía, Alonso Muñoz, maestro de gramática, y los hermanos Jiosé Pajares y Manuel Bravo. Estaba también en el colegio el padre Gerónimo Bossa, que había llegado a Cochabamba como acompañante del arzobispo de Chuquisaca, Pedro de Argandeña, que estaba haciendo la visita pastoral. Todos se presentaron en el cuarto del rector, menos el padre Sierra, que se encontraba enfermo.

Por orden de Herboso, el escribano Lucas Santa Cruz leyó el decreto de expulsión. Terminada la lectura, el padre rector y los demás jesuitas se pusieron de pie, en actitud de acatamiento. Pidió luego el señor Herboso al padre García que le entregue los libros de cuentas del colegio y de las haciendas, y las llaves de archivos, bibliotecas, aposentos, cajas “o de cualquiera otra cosa que estuviese cerrada con llave”. Por orden del gobernador, padres y hermanos quedaron recluidos de dos en dos. Pidió el padre rector que se permitiera a los padres decir misa en la iglesia, a puerta cerrada, por ser domingo, y festividad de santa Rosa de Lima, patrona del Perú.

Dice al autor anónimo: “Respondió el gobernador que con harto dolor suyo no podía condescender con la súplica porque aquello había de ser causa de que se consternase más el pueblo, y que para cumplir con el precepto de la misa se podía decir una en la aula de la gramática, pues en ella había altar, y nos servía a veces de capilla interior. Abrazose el medio, dijo misa el padre rector y comulgaron en ella algunos sujetos. Acabada la misa fueron todos al aposento rectoral, en cuya puerta estaban esperando dos esperando dos esclavos de la señora condesa de Tarma, mujer del gobernador, con prevención de chocolate y de mate, para que los padres y jueces tomasen lo que más les agradase”.

Al amanecer del 31 de agosto la esposa del gobernador les mandó nuevamente chocolate y mate. El capitán Antonio Zorrilla fue el encargado de organizar el viaje a Oruro. A las 8 Zorrilla despachó las mulas que conducían el carruaje de camas, petacas y alimentos. A las 11,30 de la mañana partieron en mulas los padres Hervias, Bossa, Casafranca y Muñoz, y los hermanos Pajares y Bravo.

Dice al autor anónimo: “Luego que se abrió la puerta por donde abrían de salir, se oyó un grande, extraordinario y lastimero alarido del casi inmenso pueblo que estaba esperando para darles a sus amados jesuitas el último vale [6]. Este numeroso pueblo se componía de gente ordinaria y de mediana esfera. La de distinción, que no es poca en Cochabamba, no tuvo corazón para ver tan doloroso espectáculo, pero en sus casas desahogaban o mitigaban la pena con continuas lágrimas y sollozos, de tal manera que personas fidedignas aseguraron era tal el llanto en más de las casas de la villa, que parecía haber en cada una muerto el padre de la familia”.

El viaje a Oruro se llevó a cabo con lentitud. Zorrilla, los soldados y los mozos se portaron muy bien con los jesuitas. El cura de Colcha resultó ser hijo de Martinez de Tineo, presidente de la audiencia de Charcas. Los atendió con esmero. En otros dos sitios, no especificados por el relator, los jesuitas fueron bien atendidos por los agustinos, por orden del prior del convento de San Agustín, padre Casimiro Montaño. El 5 de septiembre llegaron a Oruro, donde se encontraron con los jesuitas provenientes de las otras casas.

Se habían quedado en Cochabamba, alojados en el convento de San Agustín [7] los padres García y La Sierra, para hacer el inventario de los bienes y la entrega de los libros y del dinero del colegio y de las misiones de Mojos. Es interesante la descripción que se hace de la iglesia del colegio San Luis Gonzaga, conocida ahora con el nombre de iglesia de la Compañía de Jesús. Dice el relator:

“De la sacristía se pasó a la iglesia. Esta es de tres naves, y toda ella de bóveda de piedra, muy clara y bien grande, pero tiene el defecto de ser muy húmeda, y también fue preciso cubrir con teja todas las bóvedas porque la cal del país no tiene mucha fortaleza. Se había estrenado el año de 1756. El altar mayor tiene un hermoso retablo de cedro, bien labrado, cuyo costo que fue de muy cerca de cuatro mil pesos fuertes, dio de limosna el muy ilustrísimo señor don Fernando Pérez Oblitas, obispo que fue de Santa Cruz de la Sierra. También tiene su retablo pequeño de cedro el altar del Señor de la Paciencia, y representaba el paso de su dolorosa coronación de espinas. El altar del Santo Cristo (en que juntamente se veneraba su Divino Corazón) tenía ya puesto el primer cuerpo de un primoroso retablo de cedro curiosamente labrado. Todas las piezas del segundo cuerpo estaban ya al pie del mismo altar para comenzarlo a armar el día 31 de agosto. También estaban trabajando el tercer cuerpo de dicho retablo, que a juicio de personas inteligentes hubiera sido uno de los más hermosos del reino. Este retablo y el del Señor de la Paciencia se hicieron a expensas de unos devotos. Otros cuatro altares había en la iglesia con la precisa decencia para decir en ellos misa. Las paredes y columnas de ella estaban sin adorno alguno. A las tres puertas les faltaban las portadas de piedra. Las dos torres sólo tenían el primer cuerpo, porque aún no había tenido el colegio con qué emprender estas obras, ni las hubiera podido continuar en muchos años a causa de que mucha parte del mismo colegio amenazaba inminente ruina, siendo preciso derribar varias paredes y levantarlas de nuevo, para lo cual era necesario no pocos miles de pesos”.

Pasa luego el narrador, que yo sospecho que es el padre García, a referirse al inventario de la biblioteca, que llama “librería”, y de los cuartos de los padres. En la biblioteca había 400 libros, entre grandes y pequeños. En los aposentos había mesas, sillas, catres, unos pocos libros y algunas estampas. Nos cuenta el narrador que “tenía el colegio cuatro granjas, una en paraje frío, en donde se criaba el ganado menor y había cinco mil cabezas por todas. Las otras tres están en valles templados, y anualmente se sembraban en ellas trigo y maíz”. Todo lo que se encontró en la procura de las misiones de Mojos: cera, lienzos de algodón, manteles, servilletas, toallas, cuchillos, medallas, abalorios “y otras menudencias en unos cajones que poco tiempo antes habían llegado de Lima y de Oruro para que se despachasen a sus respectivos pueblos en la primera ocasión” se vendieron en público remate.

Pasa luego el narrador a exponer las actividades que llevaban a cabo los jesuitas en el momento del arresto: “Enseñaban gramática y eran muchos los que concurrían a la aula, por ser la única en que se enseñaba gratis. Había escuela para enseñar a leer, escribir y la doctrina cristiana a los niños. Todos los domingos del año y los días algo festivos había en nuestra iglesia muchas confesiones y comuniones. Los días de las fiestas principales de Nuestro Señor y Nuestra Señora y de algunos jubileos no se podía dar abasto a las confesiones, y se suplicaba a dos buenos clérigos, amantes de nuestra Compañía, viniesen a ayudar. Todos los viernes del año se hacía la escuela de Cristo y los viernes primeros de mes se cantaba misa con más solemnidad, y se hacían algunos ejercicios para promover la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, para cuyo mayor culto se meditaba fundar una congregación.

Casi todos los domingos rezaba y explicaba un padre la doctrina cristiana en lengua índica [8], luego que se consumía la misa que todo el año se decía indispensablemente a las seis de la mañana. En las cuaresmas había sermones morales dos veces a la semana, sermón de pasión el Jueves Santa, sermón de pasión el Jueves Santo, y el Viernes Santo se hacían las tres horas. Cada año se daban los ejercicios d nuestro padre san Ignacio a las mujeres. Algunos hombres los tenían dentro del colegio cuando había aposentos desocupados, y ya estaba destinado el lugar en que se habían de fabricar aposentos para que por la cuaresma los tuviesen los muchos que lo deseaban.

Cada año se hacía misión en lengua española en nuestra iglesia, precediendo al sermón la explicación de la doctrina cristiana. A todas estas funciones y ministerios era muy numeroso el concurso que asistía. La víspera de las cinco principales fiestas de Nuestra Señora y la de nuestro padre iba la comunidad a la cárcel a dar de comer a los presos, y fuera de esto daba el colegio en la portería a algunos pobres y vergonzantes 150 pesos al año, poco más o menos, y ya se pensaba en ir aumentando las limosnas. Casi todas las semanas iba un padre con su compañero [9] a explicar la doctrina a los presos y ver si algunos querían confesarse. En el hospital de San Juan de Dios [10] (único en aquella villa) admitían pocos enfermos por su pobreza, por lo cual sólo se iba a él algunas semanas. Siempre, y a cualquier hora del día y de la noche, que llamaban a confesiones de moribundos se iba con toda prontitud, y había veces que a un mismo tiempo estaban empleados en este ministerio dos o tres sujetos, porque todos, y especialmente los pobres desvalidos recurrían con toda confianza a nuestro colegio.

Todos los años salían dos padres a hacer misiones en lengua índica por espacio de un mes en cinco pueblos, no muy distantes de la villa. A esto estaba obligado el colegio por haber aceptado con esta pensión, entre varias otras, una de las cuatro granjas que poseía. Iban también dos padres cada dos años a hacer misión en lengua española en los pueblos de Tarata y Punata, pertenecientes al obispado de Santa Cruz, pero pocas leguas distantes de Cochabamba, en los cuales, y en el valle en que están fundados, que se llama de Cliza, abundantísimo de granos, hay muy crecido vecindario que deseaba con ansia esta misión, la cual se hacía primeramente por el bien espiritual de aquellas almas, y secundariamente, por haberlo insinuado el ilustrísimo señor don Juan Cabero [11], quien siendo obispo de la mencionada ciudad dio de limosna doce mil pesos fuertes para ayuda de fabricar la iglesia de nuestro colegio de Cochabamba.

Por el constante ejercicio y práctica de estos ministerios eran los jesuitas en aquella villa muy estimados, bien que no faltaban, como en todas partes, algunos enemigos, ya encubiertos, ya declarados. Uno de ellos, el día en que emprendieron los padres el viaje para Oruro, al verlos pasar por una de las calles dijo: ‘Allá van los jesuitas a poner pleito al rey’. Otro dijo: ‘Allá van los suitas, que en lengua índica significa ladroncillos’ “

Se refiere luego el narrador al arzobispo de Chuquisaca, Pedro Miguel de Argandoña, que como ya vimos, se encontraba en Cochabamba en visita pastoral. Dice el narrador: “Todo el día lo pasaba suspirando, y cuando lograba hablar a solas con personas de quienes sabía se podía fiar, desahogaba su pecho prorrumpiendo en expresiones dignas de nuestro agradecimiento”. Dice el narrador que el arzobispo “fue tres veces al convento de San Agustín a visitar al P. Antonio García, y la última de ellas, que fue en vísperas de dar la vuelta a Chuquisaca, lo estrechó fuertemente entre sus brazos, no enjutos los ojos”.

El colegio y la iglesia pasaron al estado en 1767. Todo el manzano pasó a manos del estado. Donde estuvo antes la huerta, en la avenida Ayacucho, el estado construyó unas casas en las que funcionaban las cajas reales, en el actual correo. Los terrenos adyacentes a la iglesia, en la calle General Achá, se vendieron a particulares en pública subasta.

La Compañía de Jesús fue suprimida en 1773 por decreto del papa clemente XIV, y restaurada en 1814 por el papa Pío VII. Entre los ex jesuitas que oyeron la lectura de la restauración de su orden en la iglesi del Gesú de Roma, se encontraba el cochabambino padre Juan Crisóstomo Muñoz, que era estudiante de teología en Lima en el momento de la expulsión. Se reincorporó a la Compañía, y vivió sus últimos años en España.

El colegio, convertido en cuartel, fue conocido como “cuartel de la Compañía”. Parece que ya en tiempos de Monseñor Francisco María del Granado, tercer obispo de Cochabamba (1868-1895) se convirtió en seminario menor, con el nombre de San Luis en recuerdo del viejo colegio. Durante el obispado de Monseñor Francisco Pierini, O.F.M. (1918-1924) se construyó en la esquina Heroínas-Baptista la casa episcopal. Posteriormente el seminario, conservando el nombre de San Luis se trasladó a su actual sede en la avenida Papa Paulo. En el viejo edificio funcionó un tiempo el colegio Pío XII. Actualmente es el arzobispado.

Durante los años en que la iglesia estuvo cerrada (1767-1827) desaparecieron el retablo y muchos cuadros e imágenes- El templo volvió a abrirse al culto en 1827, año en que pasó a ser iglesia parroquial de la que es conocida hasta hoy como parroquia de la Compañía de Jesús. La iglesia fue reconstruida en 1870. Hubo una refacción en la década de 1920, en estilo neo gótico. Estuvo atendida por el clero diocesano hasta 1952. Su primer párroco fue el presbítero Melchor Ribera (1827-1828). El último párroco del clero diocesano fue el presbítero Víctor Maldonado (1936-1952).

En la década de 1940, en la calle Colombia, frente al comienzo del pasaje San Rafael, que se conocía entonces indistintamente con los nombres de “supay calle”, en quechua y “calle del diablo” en castellano, un herrero forjador de rejas para ventanas y balaustradas de balcones, poseía un cuadro que representaba a la Virgen María, que se aparecía a san Luis Gonzaga, el cual imploraba su protección para un grupo de niños, vestidos a la moda francesa del siglo XVIII, arrodillados detrás del santo en apretadas filas. El marco del cuadro era tallado y dorado. En la base, al centro, había un medallón que decía: “La juventud de Oropesa, te pide tu protección, oh soberana princesa”. Como nadie se atrevía a comprar el cuadro entero, el herrero resolvió cortarlo en pedazos, y fabricó de ese modo varios cuadros pequeños, uno de la Virgen, otro de san Luis Gonzaga, y otros de los colegiales. Y ahora nadie sabe donde están los cuadros [12].

A petición del obispo Monseñor Tarsicio Senner, O.F.M. (1951-1953) los jesuitas se hicieron cargo de la parroquia de la Compañía de Jesús en 1952. El primer párroco jesuita fue el padre Julio Murillo, paceño (1952-1958). Siendo párroco el padre Javier Segura (1959-1966) se hizo una remodelación total, tanto de la fachada como del interior de la iglesia, bajo la dirección del arquitecto jesuita padre Enrique Comas de Mendoza. Lamentablemente, el púlpito fue cedido a la iglesia de San Ildefonso de Quillacollo, donde se encuentra actualmente. Se puede afirmar que la imagen de san Ignacio data de la época virreinal. Es probable que sea también del período virreinal la imagen del Justo Juez. Todas las demás son muy posteriores.



[1] J. Baptista, S.J. “Los misioneros jesuitas de Mojos”, Yachay, Cochabamba, 21, 1995, pp. 69-90.

[2] Hospicio. Casa religiosa vinculada directamente con la labor misionera, de retiro y descanso de los misioneros, y de procura y economato.

[3] Ladino: hábil en el uso de la lengua castellana.

[4] Religión: Orden religiosa.

[5] J. Baptista. “Los misioneros de Mokos, Yachay, Cochabamba, 21, 1995, pp. 87..

[6] Vale. Adiós.

[7] Hoy prefectura del departamento de Cochabamba.

[8] Quechua

[9] Un hermano.

[10] Actual parroquia de San Juan de Dios.

[11] Juan Cabeo y Toledo. Fijó su residencia en Tarata.

[12] Apuntes de Adolfo de Morales

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