Desde que recibió la orden, Rashid se sintió dominado por la angustia. Pasó el día acongojado, buscando en vano el modo de evadirse del mandato. Caída ya la noche, conforme a lo convenido, dos hombres se presentaron en su domicilio. Apenas llegaron a Belén, aumentó el nerviosismo de Raschid al ver el número de policías y soldados israelíes, el rostro impasible, y arma al brazo. Seguido a corta distancia por los dos hombres, Rashid caminaba como sonámbulo, con el aire del condenado a muerte que avanza hacia el suplicio.
Llevaba el paquete en un bolsillo de su abrigo. Pensando en su mujer y en sus hijos, que morirían si desobedecía, siguió fielmente las instrucciones recibidas. Sabiendo que los dos hombres lo vigilaban, dejó el paquete en el lugar indicado. Luego, se alejó lentamente. Se oyó la voz del muecín, que desde el minarete de la mezquita cantaba las suras de la tarde: "Soy el enviado de Dios, dijo el ángel a Miriam, y vengo a anunciarte que tendrás un hijo bendito. Ese hijo vendrá. La palabra del Altísimo lo ha asegurado, y hacer milagros no le es difícil. Tu hijo será el prodigio y la felicidad del universo. La paz me ha sido dada en su nacimiento y me acompañará en mi muerte y en mi resurrección"
Llenó el aire un revuelo de campanas procedentes de la basílica de los cristianos, seguido por una paz profunda. Esa paz penetró en el corazón deRashid. Súbitamente, como movido por una fuerza irresistible, se dirigió a la esquina donde había depositado la bomba. Ya no estaba ahí. Sus vigilantes se le acercaron y le dijeron que la bomba había sido descubierta por un niño. Poco después, Rashid pudo besar a su mujer y a sus hijos.
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